“No puedo creer que un documental sobre la menstruación acaba de ganar un Óscar”. Las palabras las pronunció el domingo la directora de “Period. End of Sentence”, Ray-ka Zehtabchi. Durante 26 minutos, el documental de Netflix nos muestra la relación de varias mujeres en la India con la menstruación. La vergüenza que sienten al hablar del tema. Las dificultades que tienen para lidiar con ella. Y el impacto que causa en su vida la introducción de una máquina que les permite producir toallas higiénicas a bajo costo.
Una mujer puede tener más de 450 menstruaciones. Considerando que duran entre dos y siete días, es fácil calcular cuánto tiempo de nuestras vidas nos las pasamos sangrando. A pesar de eso, la desinformación que vemos en el documental (donde una mujer contesta, por ejemplo, que solo Dios sabe por qué menstruamos) es generalizada. Una encuesta en Bangladesh encontró que únicamente 36% de mujeres sabían qué era la menstruación antes de que les viniera por primera vez. Distintos reportes revelan cómo niñas en diversas partes del mundo la asocian todavía con una enfermedad.
La falta de capacidad para manejar adecuadamente el período es también un problema generalizado. Para muchas mujeres alrededor del mundo acceder a las toallas higiénicas es muy difícil. De acuerdo a datos del Banco Mundial, 500 millones de mujeres en el mundo no cuentan con las instalaciones adecuadas para manejar la higiene menstrual.
Sumemos falta de información con falta de medios y tenemos una receta perfecta para la vergüenza, las burlas, los mitos y los tabúes. Una receta perfecta para crear obstáculos en la vida de las mujeres. Para afectar sus relaciones, su trabajo, su educación.
Es en esto último que me quiero concentrar. Son varios los estudios que se han enfocado en los problemas que puede traer la menstruación, y su manejo inadecuado, en las jóvenes en edad escolar. Quizás el más interesante para nosotros sea uno realizado en el 2012 por Unicef a diez escuelas de comunidades rurales de Cochabamba, en Bolivia.
Una primera conclusión fue que las instalaciones de los colegios no eran ideales para que las niñas pudieran cambiarse, limpiarse y deshacerse del material sanitario. Por la poca privacidad que tenían en los baños, por ejemplo, algunas preferían salir de la escuela para cambiarse. Muchas optaban también por llevarse a su casa el material sanitario usado en una bolsa de plástico, frente a la vergüenza de dejarlos en los tachos de colegio, usualmente carentes de una tapa. No todas las niñas tenían acceso a toallas higiénicas, y no era infrecuente el uso de un “trapo” hecho de ropa vieja o algodón; cosa que, por supuesto, aumenta el riesgo de manchas y dificulta la educación física y el juego.
Durante el estudio también se encontró desinformación. En su primera menstruación, muchas niñas no sabían qué les pasaba; algunas creían que estaban enfermas, que tenían una hemorragia interna o que se estaban muriendo. No era infrecuente que las madres transmitieran a sus hijas algunas creencias tradicionales. Por ejemplo, que bañarse o tocar agua fría podía causarles cáncer o infertilidad. Tomar leche, por su parte, podía causar un flujo blanco.
Todo lo anterior, por supuesto, tiene un impacto directo en el día a día de las niñas. El estudio encontró que durante su menstruación interactuaban menos con sus compañeros, temerosas de que se dieran cuenta de que estaban manchadas o que olían. Preferían, por eso mismo, no participar en la pizarra o hacer presentaciones. Algunas madres incluso admitieron que las dejaban faltar a la escuela, porque sabían que tenían vergüenza o que querían faltar a clases de Educación Física.
Si el estudio de Bolivia pinta ya un panorama tan difícil, quedan por ver los resultados de otro trabajo que actualmente está preparando Unicef Perú sobre el manejo de la menstruación en escuelas de cuatro regiones del país. Mientras esperamos los hallazgos, que seguramente darán más luces sobre el camino que debemos seguir como país, las mujeres podemos ir haciendo un ejercicio. Podemos recordar si es que la última vez que le pedimos a una amiga o compañera de trabajo una toalla higiénica, lo hicimos en susurros. Y si luego, en nuestro camino al baño, mantuvimos esa toalla bien escondida, para que nadie nos viera. Porque cambiar la realidad de nuestro país será una tarea larga y compleja, pero si algo podemos hacer cada una de nosotras es combatir la vergüenza.