Jaime de Althaus

”, el término más usado en la diatriba política en el Perú, se origina en Francia, donde la “gauche caviar” o “caviar” designaba a aquellos intelectuales de izquierda de clase social privilegiada que de la revolución rusa solo conocían el exclusivo caviar. El término tiene una connotación descalificadora, porque alude a una inconsecuencia moral. En nuestro país designa a personas acomodadas con ideas de izquierda o con ideas “progresistas” (derechos humanos, ambientalismo, antirracismo, género, aborto, fuerte regulación estatal) y visceralmente antifujimoristas.

Son el producto del reciclaje de la izquierda luego del fracaso del socialismo real, que identificó nuevos escenarios de lucha contra el abuso o la opresión. Puede tratarse del abuso contra la naturaleza, dictando normas que en ocasiones hacen prohibitiva cualquier inversión, o contra los trabajadores, sobreprotegiendo el trabajo con la misma consecuencia, o contra poblaciones o grupos insurgentes −aunque ejerzan violencia−, o contra grupos raciales discriminados, o contra minorías sexuales o mujeres penalizadas por tomar decisiones sobre su cuerpo. Diversos ministerios habrían sido tomados por estos “caviares”, que ejecutan una agenda cuasi global.

Pero aquí hay tres variantes según quién sea el supuesto agente opresor: el capital, el gobierno, la sociedad o la religión. En ese sentido, las posiciones liberales en lo moral, derivadas de un liberalismo que defiende la libertad del individuo, pertenecen a un conjunto ontológico diferente y hasta contradictorio con los otros temas, en los que la libertad económica y la iniciativa individual resultan más bien reprimidas o limitadas por el pensamiento “caviar”.

Esto puede explicar por qué los que son caviares para unos no lo son para otros. Un caviar puede tener una sensibilidad de izquierda o prejuicios antimercado, pero no es un radical, no es un marxista azuzador de la lucha de clases. Verónika Mendoza, por ejemplo, no es caviar. Es marxista. Para Vladimir Cerrón, sin embargo, ella es caviar, quizá porque, siendo él conservador en lo moral, temas como la “ideología de género” o el feminismo o el aborto o la defensa de la comunidad LGTB serían una clara señal de caviarismo (aunque en EE.UU. ello sea etiquetado como marxismo cultural). Incluso las agendas ambientalistas y hasta la de los derechos humanos no serían marxistas, sino caviares. Al fin y al cabo, la revolución no para mientes en los derechos humanos: los sacrifica en aras del objetivo superior de la dictadura del proletariado. Los derechos humanos se originan en la agenda liberal de la ilustración de la revolución francesa o burguesa.

Ese anticaviarismo explica la conjunción con Fuerza Popular para la elección del defensor del Pueblo. También, es cierto, comparten la condición de acusados judiciales. Martín Tanaka señala que los políticos acusados denuncian la bandera de la lucha contra la corrupción como “caviar” y lo que tendríamos ahora es una ofensiva de esos sectores para sacar a los caviares de las instituciones judiciales, en procura de impunidad.

Pero el tema es mucho más complejo. La llamada lucha contra la corrupción fue el instrumento que usó el populismo político de Vizcarra para acumular popularidad y eliminar a la oposición confrontando al Congreso hasta cerrarlo, y fue también el disfraz de ese populismo judicial abusivo de los fiscales Lava Jato que terminó dinamitando parte importante de la clase política y, por ende, de la democracia en el Perú, llevando a la cárcel a líderes de partidos importantes por donaciones de campaña que no eran delito y tipificando a sus partidos como organizaciones criminales. Hasta alguien como Luis Pásara ha condenado severamente los excesos inconmensurables de estos fiscales.

Lo que tenemos ahora es una reacción, un reflujo, centrado en la denuncia de abusos y corrupción cometidos por aquellos que enarbolaron la lucha contra la corrupción como arma de persecución política y control del poder. Una reacción que no debería caer en los mismos excesos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Jaime de Althaus es analista político