"Lo que podemos dar por descontado, sin embargo, es que los congresistas no se perderán la ceremonia de juramentación de este lunes así se descubra que el coronavirus se ha fusionado con el dengue y anda tras ellos". (Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
"Lo que podemos dar por descontado, sin embargo, es que los congresistas no se perderán la ceremonia de juramentación de este lunes así se descubra que el coronavirus se ha fusionado con el dengue y anda tras ellos". (Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
Mario Ghibellini

El avance del en el territorio nacional está causando estragos. Los más graves, qué duda cabe, son y serán los de la salud. Pero también serán de consideración los que le acarree a la economía (aunque ahora que la ministra Alva ha declarado que ya está trabajando con el Banco Central y la superintendencia “para monitorear los indicadores”, uno se siente más confiado) y los que le inflija a la vida política del país.

El primero de ellos, los cambios que ha dispuesto la Junta Preparatoria del próximo para la ceremonia en la que los parlamentarios electos jurarán sus cargos.

Como se sabe, después de mucho esperar, esta finalmente tendrá lugar el lunes, pero carecerá del aparato y la pompa que acostumbra, pues se realizará en privado. Es decir, sin la concurrencia de cónyuges, ‘trampas’, ahijados y entenaditos de los elegidos que hagan las veces de portátil. Una decepción, suponemos, para muchos; pero sobre todo para aquellos que habían postulado sin fortuna a cuanto cargo de elección popular se les había cruzado por el camino y sentían que ahora, con algunos cientos de miles de votos sobre los que alardear, había llegado el momento de su apoteosis. A guardar, entonces, el terno lila y la gorrita de fieltro para otra ocasión.

La versión discreta de la ceremonia tendrá desde luego algunas virtudes. Si se le ocurre, por ejemplo, presentarse en ella a Vizcarra, los protocolos de prevención impedirán que sus presuntos fiscalizadores se tomen fotos con él para colocarlas sobre la chimenea de su casa, como hicieron el día de la entrega de credenciales. Y por otra parte, la oportunidad para esos tocamientos ‘mañucos’ que tan profusamente cultivaron sus antecesores será escasa.

En realidad, no obstante, esta nueva exigencia de evitar las reuniones de más de 300 personas y conservar permanentemente la distancia con el prójimo va a traerles a los congresistas en ciernes más incordios que ventajas.


—Nueva Mototaxi—

El más serio de los inconvenientes que afectará a los flamantes miembros de la representación nacional es que, si bien podrán jurar sus cargos este lunes, la posibilidad de que empiecen a ejercerlos en el futuro cercano es un tanto remota. El pánico al contagio, para empezar, pondrá en riesgo el quórum de los plenos. Y el trabajo en comisiones, con la perspectiva de encerrona que plantea, fomentará de seguro el ingenio en la invención de excusas.

No es inverosímil, además, que el inevitable aumento del número de gente infectada por el virus en el país termine forzando a la Mesa Directiva a enviar a los legisladores a sus domicilios hasta que pase la tormenta. ¿Qué harían en esa eventualidad los recién estrenados padres de la patria? ¿A qué se dedicarían?

Bueno, el primer mes podrían invertirlo en llenar sus declaraciones juradas de intereses, pero luego tendrían que imaginar algún mecanismo de trabajo a distancia, en el que el grupo de chat reemplace a la bancada, como en el recordado caso de la ‘Mototaxi’ naranja. No faltaría probablemente quien, en medio de ese trance, postulase la instalación casera de botones como los que existen en el hemiciclo para poder votar leyes y censuras desde la comodidad del propio dormitorio o la sala familiar. Pero si en el recinto parlamentario eso se prestó a que algún abuelito oprimiera hace no mucho el botón que no le tocaba, la sola fantasía de lo que podrían hacer los nietecitos de los congresistas con la ley de presupuesto a la hora de la siesta resultaría aterradora.

Los plenos, en consecuencia, tendrán que ser presenciales, pero ese escenario, como hemos visto, se encuentra bajo amenaza. Y ya ha de haber en el Ejecutivo ambiente de celebración al respecto.


—Los microbios llegaron ya—

El principal beneficiado de las dificultades que el nuevo Parlamento podría tener para comenzar a operar normalmente, suponemos, sería el presidente del Consejo de Ministros, (quien, dicho sea de paso, ha sido escalofriantemente puesto a la cabeza de la comisión multisectorial encargada de coordinar la acciones del Estado frente al coronavirus). Como se sabe, le correspondería a él acudir a la brevedad al Palacio Legislativo a solicitar la confianza de los congresistas para su Gabinete y, como este tiene tantos integrantes bajo la lupa de la fiscalía o con un pasado del que necesitan “rehabilitarse”, el trámite no tenía un desenlace previsible.

Muy a su pesar, los representantes de bancadas que se anticipaban solícitas con el Gobierno habían empezado a carraspear –figurativamente hablando, por supuesto– a raíz del anuncio del propio Zeballos de que el equipo ministerial comparecería ante ellos sin cambios. Las apuestas sobre quién acabaría cediendo habían subido ya demasiado como para que una de las dos partes se echara para atrás sin encajar un costo político… Y entonces llegaron los microbios.

Ahora el premier podrá ir a pedir la confianza en un hemiciclo vacío y, ante la ausencia de respuesta, asumir que esta le ha sido fácticamente otorgada o algo así. Total, esa es la forma en que han venido funcionando las cosas de un tiempo a esta parte.

Lo que podemos dar por descontado, sin embargo, es que los congresistas no se perderán la ceremonia de juramentación de este lunes así se descubra que el coronavirus se ha fusionado con el dengue y anda tras ellos. Por lo que, a partir de ese instante, nuestra tarea consistirá en asegurarnos de que no hayan jurado en vano.