VÍCTOR ANDRÉS PONCE
Periodista y escritor
Una de las primeras lecciones de la crisis de Venezuela reside en la inviabilidad del modelo autoritario, pero, sobre todo, la del estatismo. Quizá la realidad venezolana se convierta en un poderoso argumento para los debates que todavía hoy se sostiene sobre las relaciones entre democracia, Estado y mercado. La lección llanera es simple: allí donde existe un régimen con ciertas libertades políticas, en la que el Estado ahoga y reduce al sector privado a su mínima expresión, tarde o temprano, los “dueños de las empresas estatales” terminarán asesinando a la democracia. ¿Existe alguna democracia en la que el Estado haya ahorcado a la sociedad? Imposible. De allí, por ejemplo, que los sectores privados de Chile, Perú, Colombia y México sean largamente más grandes y poderosos que los de Venezuela, Argentina, Ecuador y Bolivia. No es extraño, pues, que la democracia y las libertades prosperen entre los miembros de la Alianza del Pacífico.
Otra lección se expresa en que la maldición de los recursos naturales que suele denunciar y agitar la izquierda en contra de las inversiones extranjeras en América Latina se desata hasta el paroxismo sin democracia ni mercado. Venezuela solo exporta petróleo e importa, prácticamente, todo: desde arroz, huevos, leche y papel higiénico. El famoso modelo primario exportador de petróleo ha llegado a niveles tan inimaginables que los economistas deberían buscar otra definición para el esquema rentista y parasitario del régimen chavista. Pero la maldición de los recursos naturales en Venezuela no solo ha destruido la economía y ha anulado cualquier posibilidad de diversificación productiva, sino que ha pulverizado casi todas las instituciones llaneras que permanecían de pie.
Sin embargo, quizá la lección más importante de la crisis venezolana tenga que ver con el hecho de que hoy los autoritarismos latinoamericanos solo pueden prosperar bajo la sombra y el cemento del estatismo. Con dosis más o dosis menos, el estatismo en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y Nicaragua ha sido posible porque, paralelamente, se ha dinamitado a la democracia por dentro. Luego de las consolidaciones democráticas y económicas de Chile, Perú, Colombia, México y Panamá, por ejemplo, es imposible imaginar un proyecto autoritario que fomente libertades económicas, tal como sucedía en los noventa.
Al margen de si se avanzará o no hacia una transición en el corto plazo, los acontecimientos en Venezuela tendrán enormes repercusiones en la política latinoamericana y peruana. La izquierda nacional deberá definir si se distancia de la dinastía castrista o asume el discurso moderno de la socialdemocracia. Y los autoritarismos deberán entender que el estatismo es la única fórmula que les resta. Días atrás, la señora Nadine Heredia ensayó una aproximación: al margen de la Constitución, ella le enmendó la plana a César Villanueva, señalando que el aumento del sueldo mínimo vital no estaba en agenda. Es decir, ejercicio del poder autoritario para “defender el modelo”, para “generar confianza” en los empresarios y ganarse al espacio de la centro derecha. La señora Heredia recibió el apoyo del ministro de Economía, Luis Miguel Castilla, y ambos parecieron decirnos que la fórmula autoritarismo y mercado es absolutamente viable hacia el 2016. ¡Gravísimo error! El modelo económico peruano, el crecimiento y la reducción de la pobreza, en la última década, se han fundido con la democracia en una sola fórmula. No ensayen por ese camino. Perderán.