Según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), el vocablo ‘mataburros’ se utiliza en diferentes regiones de América Latina como sinónimo de diccionario. Pero ni falta que hace una definición académica para entender a qué alude la ocurrencia: un buen diccionario, dirían nuestros padres, es un arma infalible contra las burradas.
Lamentablemente, además de aniquilar asnos, el diccionario no se ha caracterizado precisamente por luchar contra otro tipo de bestias, estas sí feroces. Como los machos recalcitrantes, por ejemplo. No es que fuera parte de sus funciones, pero ya que se le atribuyen poderes de aniquilación, no hubiera estado de más que los dirigiera contra otros animalejos.
El hecho es que todo diccionario, con especial razón el DRAE, pretende reflejar el habla de una sociedad. Sin embargo, con lo que toma hacer un nuevo diccionario –la XXII edición apareció en el 2001– suele ocurrir que ese reflejo se queda pasmado en el papel hasta buen tiempo después de que la sociedad se haya transformado.
Es eso o en la Real Academia ha habido hasta hace poco alguien que no le tenía mucha simpatía al género femenino. Al cierre de esta edición, cuando la flamante vigésima tercera edición del DRAE ya llevaba varias horas en librerías, en su versión electrónica (que recoge los contenidos de la edición anterior) se podía encontrar al lado del verbo ‘periquear’, la explicación “disfrutar de excesiva libertad la mujer”. ¿Excesiva? ¿En pleno siglo XXI?
Por suerte, o por desgracia, el desfase entre realidad y realacademicismo no siempre es tan flagrante. Así, para el adjetivo ‘huérfano’, siempre en la versión electrónica, encontramos “Dicho de una persona (…) a quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos…”, todo muy bien, hasta que, ¡jua!, “especialmente el padre”.
Nada de lo dicho, sin embargo, es razón suficiente para dudar del “cuidado exquisito” que, según el director de la RAE, José Manuel Blecua, ha tenido la institución para evitar, en lo posible, “el carácter machista de algunas definiciones”. Es de agradecer, en ese sentido, que la acepción “endeble, débil” haya sido eliminada para el adjetivo ‘femenino’. Lástima, eso sí, que las locuciones sexo débil y sexo fuerte –¿cuándo fue la última vez que usted usó u oyó usar estas expresiones?– figuren, respectivamente, como, ejem, “conjunto de las mujeres” y “conjunto de los hombres”. Y así se quejan de que una se periquee, caray.