Alexander Huerta-Mercado

tenía como héroe a Aquiles y buscó superarlo, cosa casi imposible porque su admirado no era exactamente un humano. Julio César admiraba a Alejandro Magno y sentía que no había podido igualar las hazañas de su ídolo, pero en realidad estaba siendo duro consigo mismo: aun en la época romana, las historias de El Magno llegaban teñidas en gran parte de mito. Ni el propio Alejandro ni Julio César pudieron superar a sus héroes, pero llegaron muy lejos en su intento. admiraba a Julio César y, en cierta forma, sí pudo superar en vida a su ídolo, pero, a diferencia del romano, la historia del corso francés, que es más reciente, es escudriñada por los historiadores y nos llega más cargada de anécdotas que de mitos.

Desde la perspectiva de los vencidos, tanto Alejandro como Julio César y Napoleón podrían ser vistos como asesinos en serie cuyos caballos dejaron una destrucción radical a su paso.

Desde una perspectiva diferente, los tres pueden ser vistos como grandes impulsores de lo que devendría Occidente. Mientras Alejandro helenizó el mundo antiguo, César es pionero del periodismo con la creación del Acta diurna y Napoleón desarrolló un código civil tan bien elaborado que aún hoy influye en nuestras leyes. Podríamos añadir que Napoleón legó una lección militar que felizmente los nazis no aprendieron y es que es una pésima idea intentar invadir Rusia.

Napoleón está emparentado con nosotros, pues prácticamente nace con la era contemporánea a la que históricamente pertenecemos, su gesta europea influye en nuestra independencia y se rumorea que Bolívar asistió en Europa invitado por el embajador de España a Notre Dame para ser testigo de la famosa autocoronación. Inspirado por Napoleón, Bolívar integró la política y el ejército, pero su gesta militar no fue para conquistar territorios, sino para liberarlos.

Este año, el director Ridley Scott nos presenta una película basada en la biografía de Napoleón que ha generado la indignación de la crítica francesa que la considera ahistórica y caricaturesca. Sin embargo, el cine usualmente es de por sí un lenguaje distinto a la crónica histórica y, por otro lado, las narraciones épicas suelen hacerse desde la perspectiva de los vencedores, como parece recordarnos el muy británico cineasta Scott, que dedica un exquisito tiempo en mostrar la confrontación de egos entre el duque de Wellington y Bonaparte en Waterloo.

Revisitando la figura de Napoleón a través de un producto mediático y popular, descubrimos que ya no se puede romantizar a un militar de carácter imperialista todavía sometido al juicio de la historia y no alejado en el mito como ya lo están sus admirados Alejandro y César. Ya no seguimos las guerras desde el punto de vista de los grandes generales, sino desde el sufrimiento que causan –ya sea en el caso de la invasión rusa a Ucrania o en el del conflicto palestino-israelí–. Ya no entendemos a la guerra como épicas de héroes, sino “como monstruos grandes que pisan fuerte a toda la pobre inocencia de la gente”, por citar la hermosa canción de León Gieco. Los nuevos medios masivos nos permiten ver distintos puntos de vista.

En el no debemos romantizar la guerra. Si bien ocupamos el espacio geográfico y cultural del centro de lo que fue una hegemonía cultural incaica cuya característica política de expansión fue del estilo imperial, en nuestro período republicano nos hemos constituido en una nación, al menos desde nuestra perspectiva internacional, pacífica, no hemos invadido a otros países, pero sí hemos perdido territorio por guerras e invasiones y estudiamos en el colegio una historia desde una perspectiva militar llena de victorias morales y permanentes guerras internas.

Otra crítica que se ha hecho a la película es que presenta a Napoleón como alguien inseguro y emocionalmente inestable. En realidad, mucho se ha escrito sobre la personalidad de Bonaparte y sobre las paradojas que su consabida megalomanía ofrecía. En la sociedad moderna, esperamos racionalidad y no emocionalidad de parte de nuestros gobernantes. Aun en el Perú, donde solemos votar por caudillos, nos indigna ser testigos de venganzas personales que no hacen sino evidenciar nuestra precaria condición política. Es el caso del enfrentamiento entre la fiscal de la Nación y la presidenta que simbólicamente se acuchillan frente a cámaras de televisión y que nos recuerda la falta de institucionalidad en la que vivimos.

El solo hecho de que Napoleón nos convoque siempre para representarlo en la literatura, el cine o la crónica histórica, que siga generando polémica y que descubramos por qué su imagen deja de ser romántica para lucir amenazante en nuestros días, revela que estamos ante un personaje extraordinario. Nos recuerda que incluso uno de los más grandes estrategas de la historia era un humano vulnerable en el poder. Es algo que en nuestro país venimos aprendiendo todo el tiempo. Quizá no sea solo el poder lo que corrompa. Tal vez este solo revela y activa tentadoramente nuestros propios errores. O tal vez no sea el poder lo que nos vuelve peligrosos, sino el miedo a perderlo.

Alexander Huerta-Mercado es Antropólogo, PUCP

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