Tenemos noticias positivas acerca del crecimiento de la clase media en nuestro país. Esto corrobora una verdad de Perogrullo: somos una sociedad clasista en que en ciertos casos se producen lucha de clases y en que, por lo general, hay más clase en sí, que para sí, porque todavía muchos sectores no se identifican con la clase a la que pertenecen. Es decir, no tienen conciencia de clase. Pero también es lógico, y no necesariamente natural, sí explicable, que nadie quiera pertenecer a la clase más baja pues es la más pobre. El tema pasa por salir de la pobreza y ser ricos en conocimientos, virtudes y recursos.
En el mundo industrial se han hecho esfuerzos para salir de la pobreza y muchas sociedades lo han logrado. Para alcanzar este objetivo, no basta solo el crecimiento económico. Es necesario tener una buena educación y también valores. El modelo que ha permitido el desarrollo de la clase media es una combinación de Estado y mercado. Por ejemplo, en Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento económico logra su auge con el Estado de bienestar, sobre todo desde la década de 1960 hasta mediados de la de 1970. Esta combinación Estado-mercado permitió el desarrollo de la economía y de los servicios.
Una persona de clase media debe tener un salario fijo que le permita solucionar sus necesidades fundamentales, gozar de capacidad de gasto y de buenos servicios.
En el Perú , de la década de 1950 a la fecha surgieron las clases medias. En la década de 1950 e inicios de la de 1960 nuestro país pasó de ser una sociedad oligárquica-patrimonial a convertirse en una sociedad mesocrática debido a que diversas personas ingresaron a la universidad pública. Así, se fue construyendo una clase media basada en el conocimiento y en la profesionalización.
Los nuevos partidos políticos como Acción Popular, Democracia Cristiana y Social Progresismo fueron la expresión de esta clase media, que aspiraba al poder. En las décadas de 1960 y 1970 el proceso siguió y empezó a formarse una clase tecnoburocrática que trabajó en el Estado. Esta clase media fue más allá del entorno universitario local, salió al extranjero a perfeccionarse y a obtener títulos de posgrado. Fue altamente especializada y muchos de ellos anclaron en el Instituto Nacional de Planificación y en diversas empresas públicas.
Luego viene lo que José Matos Mar definió como desborde popular, fenómeno relacionado con el proceso migratorio del campo a la ciudad. Encontramos aquí al nuevo peruano emprendedor y productor, creador de riqueza, de su riqueza a punta de trabajo y esfuerzo, proceso que tuvo serias dificultades y que se agravó por el terrorismo y la concentración de la economía en el aparato público. No obstante, estos peruanos emergentes derribaron las dificultades. Pugnaron por acceder al poder y desde la década de 1990 aparecieron nuevas expresiones y líderes.
El fujimorismo fue su versión autoritaria, pero luego llegaron al poder Alejandro Toledo, caso ejemplar de peruano emergente; Alan García, que cambió su forma de gobernar en comparación con su administración anterior, y Ollanta Humala. Salvo Toledo, quien de un origen humilde se convierte en un ciudadano de clase media, los otros tienen esa pertenencia.
Si bien este hecho es un indicador de progreso, no debemos cantar victoria, pues –como advierte el economista francés Thomas Piketty– “la concentración de la riqueza sigue siendo sumamente fuerte en la actualidad” y “en el fondo la clase media no obtuvo más que algunas migajas, grupo central reúne a una población cuatro veces más numerosa que el nivel superior y, sin embargo, la masa de las riquezas que posee es entre dos y tres veces inferior”. Esto en el mundo.
Y en el Perú, ¿cuál es el nivel de concentración de la riqueza? ¿Se mantiene igual? ¿Ha disminuido o aumentado? Estas interrogantes requieren de un análisis y una respuesta. Lo que sí es cierto es que, en el fondo, el hecho de que existan clases se debe a la desigualdad. Así las cosas, el reto del presente siglo, para los peruanos y la humanidad, es erradicar la desigualdad.