Luis Castañeda es nuevamente alcalde de la capital y asume tamaña responsabilidad controlando las expectativas. La calificación de la municipalidad como en “quiebra institucional” procura generar excesiva tolerancia entre los vecinos. Aunque Susana Villarán haya anunciado su retiro de la política electoral, la ex alcaldesa seguirá siendo el ‘punching bag’ de Solidaridad Nacional, sus aliados y ‘trolls’.
Castañeda busca reproducir la vieja sensación de que Villarán es la responsable de todas las fallas, inclusive de las que vendrán. Bajo esta lectura, ser alcalde metropolitano consistirá (¿por cuánto tiempo más?) en enmendar los males heredados. Pero si bien la fiscalización de la gestión anterior es precisa, no se la debe utilizar como cortina para ocultar la medianía con la que empieza la tercera gestión solidaria. Si a la ex alcaldesa se le criticó su ausencia de coaliciones sociales y de pactos plurales para construir un modelo de gestión para Lima, el recién asumido burgomaestre tiene las mismas deficiencias de aquella.
El actual alcalde, recordemos, no es un dirigente orgánico ni líder social. La foto con el presidente Humala y el cardenal Cipriani es lo mejorcito de su destreza política. Es una ficción constituida por la venia de un gobernante aislado (si no pregúntele a Villarán) y un poder fáctico conservador. Es, en el mejor de los casos, una señal de sectarismo disfrazada de buena vecindad. Su mayor virtud –su silencio mediático– será retada por ciudadanos hastiados de la ineficiencia de sus gobernantes.
Si bien su experiencia en gestión pública es su ventaja respecto a su antecesora, también es predictor de sus severas limitaciones. Castañeda no gobierna con tecnócratas independientes, sino con administradores criollos. No construye un modelo de gestión que lo trascienda, sino un proyecto personalista que se rinde a sus pies. No tiene ideario ni visión de futuro, tan solo maquetas efectista para el limeño conformista y desafecto que representa políticamente. No es un estadista, sino un ‘freaky’ enajenado por la soberbia de los votos.
La oposición a Villarán fue dura aunque no injusta. Generó una alta capacidad de vigilancia sobre la gestión edilicia. La caótica situación de la ciudad y, sobre todo, los antecedentes de Castañeda (Comunicore) ameritan con creces la necesidad de continuar la crítica activa y militante, política y social. La primera puede capitalizar electoralmente el rol fiscalizador (¿será Cornejo y los Apra kids una versión más exitosa que el PPC cuarentón?). La segunda –en particular la prensa– puede demostrar su independencia. Precisamente entre lo rescatable del período anterior quedaron dos ideas-fuerza para cultivar: el aprecio por la transparencia en la gestión y la necesidad de una reforma integral de la administración urbana. De nosotros, electores, ciudadanos limeños, depende que el ‘Mudo’ las incorpore a su vocabulario y acción.
Es por ello necesaria la temprana, perspicaz y meticulosa oposición al actual alcalde, porque ella contribuirá a su desempeño. De paso, sabremos quiénes son los reales interesados en el porvenir de la capital y quiénes han sido tan solo mezquinos antagonistas de una izquierda ingenua.