Hace unos días, uno de mis sobrinos vio el afiche de mi show y me preguntó, extrañado, por qué llevaba en la mano una chancleta y qué significaba eso. ¿Cómo explicarle a este niño de siete años todo lo que encierra ese adminículo? La filosofía de la chancleta, con la que nuestra generación fue educada. Cómo explicar que todo el control y el poder de las madres estaba en esa simple chancla y que el solo levantarla violentamente en una conversación hacía que tú, cual resorte, te levantaras a hacer lo que te habían pedido, sin hacer ninguna pregunta más.
La chancleta voladora ha sido utilizada por siglos, pero hoy su poder está disminuido, casi en desuso. Los niños ahora te cuestionan, te preguntan, te interrogan y al fi nal encima tienen la razón; y si no la tienen, te sacan un artículo de los derechos del niño y te friegan.
Nosotros somos de la generación en la cual solo una chancleta te paralizaba. Somos de los que pedíamos permiso para traer a nuestros amigos a la casa (amistades que tu madre conocía, además). Hoy son virtuales, los juegos también y, cuando puedes u osas entrar a sus cuartos, están jugando en red con sus amigos imaginarios y pobre de ti que interrumpas.
Pero no todo está perdido. La chancleta voladora ha sido reemplazada por otros métodos igualmente efectivos; por ejemplo, quitar el iPad, el celular o simplemente cambiar la clave de wi fi de la casa. Eso los desarticula, los deja sin amigos, sin vida, sin nada.
En cada tiempo hay sus métodos. Pero no hay duda de que nosotros temíamos a nuestros padres y hoy le tememos a nuestros hijos. Somos la generación que pasó vergüenza en las reuniones de tíos: “Carlitos, dime la poesía del Día de la Madre que te salió tan bien”. “Carlitos, toca la guitarra”. Que yo le pida eso a mi hija y lo haga es impensable. No hay forma.
Somos la generación que recibía sin pedir mucho la ropa que había en el país y nadie te consultaba, solo te compraban. Hoy, si intentamos hacer eso, la ropa quedaría en el cajón sin usar: “Ay, papá, eso ya no se usa. Simplemente no me gusta y punto”.
Un grito de tu mamá por la ventana paralizaba un partido de fútbol del parque, aunque estuvieras a punto de meter el único gol de tu vida. No importaba: su voz te traía de vuelta en una. No había negociación, se terminaba y se terminaba porque tenías que tomar tu leche o hacer las tareas.
Hoy todo está en la computadora, no puedes ayudarlos porque no sabes mucho de estas tareas por Internet y solo te toca confiar en que lo está haciendo y bien.
No tienen la amenaza de: “Y si te jalan en un curso, te saco del colegio”. Se esfuerzan lo que pueden y eso es sufi ciente en los conceptos de hoy, y seguro está bien. ¿Cuál será la justa medida? No lo sabemos. Lo que sí estoy seguro es que no me hizo mal crecer con los poderes de la chancleta voladora, con las frases de sentencia de mi madre que me costó entender: “Cuidadito que salgas con tu domingo siete, a mí no me reces que no soy virgen” (cuando quería pedir el permiso que no me daban y la perseguía por toda la casa). O los populares: “Esta casa no es un hotel, arregla tu cuarto, muchachito”.
Añoro esas frases que hoy me hacen reír, pero sobre todo añoro entrar a la casa los días antes de mi cumpleaños y sentir el olor de los alfajores recién horneados que mi madre estaba haciendo para mi fiesta. Este mayo, feliz Día de las Madres con chancleta y sin ella.
Esta columna fue publicada el 29 de abril del 2017 en la revista Somos.