Paradojas, por Gonzalo Portocarrero
Paradojas, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

Las paradojas son configuraciones de hechos que, en principio, no podrían existir juntos. Algo así como un hielo hirviente o un amor mezquino. Paradojas hay muchas pero en el mundo contemporáneo una de las más significativas es la coexistencia de un enorme potencial productivo en un contexto de necesidad y pobreza. Existen grandes excedentes económicos, altas tasas de desempleo –sobre todo en Europa– y muy bajos niveles de remuneraciones. Lo paradójico es que están dadas las condiciones para un aumento de la producción que, sin embargo, no llega a materializarse por la vigencia de prejuicios neoliberales que impiden un aumento de la demanda que podría reanimar la producción, encausándola hacia donde corresponde: a un aumento general de sueldos y salarios y, sobre todo, a una ayuda al África que es el lugar del mundo donde más se sufre.

La política neoliberal surge del fracaso de la política de conciliación de clases promovida por los regímenes socialdemócratas. La década de 1980 es de estancamiento e inflación. Los sindicatos impulsan políticas de beneficios corporativos, descuidando representar al conjunto de trabajadores. El resultado es que se tornan vulnerables a las propuestas del neoliberalismo. Entonces, con la globalización de los mercados, las grandes empresas comienzan a producir en los países emergentes. Las remuneraciones son bajas y las ganancias altas. En los países desarrollados el aumento del desempleo y el desprestigio de los sindicatos disminuyen las remuneraciones. 

Así se generan grandes excedentes que no encuentran, sin embargo, un camino hacia su acumulación productiva. La capacidad de producción ha crecido mucho más que el consumo. Se pretende amortiguar el bache mediante una política crediticia de bajas tasas de interés para reanimar el consumo y la inversión. Pero los límites de esta política se hacen evidentes en la crisis del 2008 con la explosión de la burbuja inmobiliaria, el fin del crecimiento desproporcionado de los precios de los inmuebles acicateado por los bancos que conceden, una y otra vez, préstamos generosos en función de colocar sus fondos y mejorar sus tasas de rentabilidad. Tratar de aumentar el consumo vía crédito no resuelve el problema de la falta de mercados sino que, en definitiva, lo empeora, pues los trabajadores pierden más ingresos y capacidad de compra con el colapso del mercado inmobiliario. 

En el pasado, bajo la inspiración de Keynes, el problema se manejó a través del estímulo a la demanda mediante el crecimiento de los salarios y la construcción de un estado de bienestar, con todo lo que implica en materia de infraestructura económica y social. Pero esta política se desprestigió con el estancamiento inflacionario que puso sus límites en evidencia: el agotamiento de las reservas productivas y el aumento de precios. 

Aparentemente, nada sería más fácil que salir del entrampamiento de la crisis y la deflación que amenazan la economía mundial. Y, de hecho, tanto en Estados Unidos como en la Comunidad Europea, las tasas de interés han disminuido a niveles bajísimos. Pero el estímulo es insuficiente desde el momento en que si no hay un aumento del consumo, el crecimiento de la inversión no se justifica. 

Entonces, ¿qué impide un aumento de las remuneraciones? La respuesta es la absurda ideología de austeridad impulsada por el neoliberalismo (y en Europa por el gobierno alemán). A través de un riguroso control de las cuentas fiscales de los estados de la Comunidad Europea, se han generalizado políticas de control del gasto que profundizan el efecto paralizante y deflacionario de la crisis en la que aún vivimos. 

Una situación es paradójica cuando descuadra nuestras expectativas. No la podemos pensar “bien” y quedamos atrapados en dilemas que no llegamos a resolver. Pero la situación es, en el fondo, sencilla, pues se trata de aprovechar la enorme capacidad de producción de riqueza encauzando el esfuerzo a reducir desigualdades y mejorar la vida de todos. 

Esta pregunta no parece inquietar a los neoliberales que no se cansan de solicitar nuevas reivindicaciones para el capital, bajo el mantra de que la concentración del ingreso y el aumento de la inversión es el único camino para lograr la competitividad que asegure el crecimiento. 

Habrá que confiar en la capacidad creativa de la humanidad. En el aprendizaje de que solo se mejora compartiendo, que es absurda la austeridad y la contención salarial, sobre todo en economías de alta productividad, pues el exceso de ganancia no encuentra luego aplicación productiva y termina revirtiendo en una crisis de la que solo podemos salir retomando una política que recompense con más justicia a los trabajadores.