Culminado el proceso de elecciones regionales y municipales, una evaluación de lo que fue su desarrollo genera por lo menos preocupación. Los vacíos y grietas legislativas, así como la desoladora nimiedad que hoy afecta a los partidos políticos, desplazados por alianzas oportunistas y por una corte vergonzosa de traficantes delincuenciales, truhanes y gentes con hojas de vida que no califican para el ejercicio de cargos políticos o que tienen cuentas que aclarar ante la justicia, son claras muestras del penoso y frágil estado de nuestra democracia.
Hay lugar entonces para que los ciudadanos, asumiendo una conducta de responsabilidad civil y política, que no es solo el derecho a la crítica, sino también la obligación de precaver y proponer, formule al menos tres preguntas: ¿En qué fallamos? ¿Este proceso es el prólogo de lo que se sucederá en las elecciones generales del 2016? ¿Qué hacer para evitar que un proceso como el que acabamos de tener afecte aún más la institucionalidad social, política y jurídica de la vida nacional entre el 2016 y el 2021? Trataremos de ensayar una ordenada respuesta a estos asuntos.
¿En qué fallamos? En muchas cosas. La principal, confundir la tolerancia que es un valor democrático con la indolencia, la debilidad y la indefensión ante conductas impropias que poco a poco produjeron una invasión antisocial y antisistema, que brutalmente, es decir, con la fuerza y la prepotencia del dinero mal habido y la violencia vandálica del que compra voluntades a precio vil o mata a quien se opone, han ganado terreno a la decencia, a la moral y a la legalidad. Hemos fallado porque hay espacios en los que estamos conviviendo, por indiferencia o por lo que sea, con el narcotráfico, el contrabando, la minería ilegal, la tala indiscriminada, el lavado de dinero, las bandas del crimen organizado y un largo y penoso etcétera adicional.
Hemos fallado porque hemos consentido el desmoronamiento de la institucionalidad política y jurídica del país. El gobierno se ha preocupado en que la economía siga creciendo y en corregir la tendencia a la baja de los indicadores económicos. Eso está bien, pero ¿y lo demás? Pareciera que hemos olvidado que la democracia es seguridad ciudadana, educación en valores, combate enérgico a la corrupción, reforma de Estado para que gane en institucionalidad, participación, capacidad administrativa, previsión, inteligencia para la formulación de planes, proyectos y ejecución de los mismos, capacitación y calificación de recursos humanos, eficiencia y opción prioritaria para atender las necesidades de educación, salud y empleo.
Sí, en el balance del debe y el haber es mucho lo que se ha dejado de hacer. La democracia, señores del gobierno, del Congreso, del Poder Judicial y del Ministerio Público, es energía de la acción positiva y es capacidad para hacer sentir el peso de la autoridad en defensa de los valores, del respeto a la persona humana de la seguridad, de la legalidad. Por lo tanto, es incompatible con el delito, al que hay que combatir con todas las fuerzas que la ley permite. “Roba, pero hacer obra” tiene como mensaje subalterno que hay electores dispuestos a votar por ladrones. Eso no se puede permitir.
¿Se repetirá esta situación en el 2016? Existe el peligro que se repita, pero dependerá en primer lugar de los partidos políticos y de su capacidad para iniciar un intenso proceso de recuperación de confianza y de credibilidad en la ciudadanía; de la actitud que adopte el Gobierno, que debe colaborar con la reforma del proceso electoral y trabajar muy de cerca con el Congreso para que se aprueben las leyes que posibiliten un proceso electoral limpio, transparente y democrático.
Es una obligación que debe asumir, porque tiene que transmitir al próximo gobierno un país reinstitucionalizado, seguro y limpio de corrupción. El Congreso debe declarar como prioridad de la agenda legislativa el debate y la aprobación de las leyes que tienen que ver con el próximo proceso electoral y la recuperación de la política en el país.
¿Qué hacer? Esta pregunta está en parte respondida. Hay que defender la democracia y tener la certeza de vivir en una sociedad donde el respeto a los valores de la dignidad humana prima por encima de todo es algo que nos obliga a todos.