La plata no llega sola, por Carlos Galdós
La plata no llega sola, por Carlos Galdós
Carlos Galdós

En diciembre de 1991, todo hacía pensar que lo peor ya había pasado y que los nuevos tiempos llegaban con aire de bonanza y prosperidad. Habíamos sobrevivido al primer gobierno/desastre de Alan García, yo terminaba quinto de media en mi tercer colegio, mi vieja estaba a punto de jubilarse con cédula viva ley 20530. Eso significaba que desde la comodidad de su hogar, y en mérito a todos los años trabajados sirviendo al Instituto Peruano de Seguridad Social, ella recibiría la misma remuneración que los trabajadores en actividad con reintegros y demás beneficios incluidos, como vacaciones, escolaridad, gratificaciones, etc. Pero la mejor noticia de todas es la que me dio una tarde: “Hijito, vas a poder estudiar en la universidad que quieras”, me dijo. “¿Cómo así, mami?”, respondí entre incrédulo y entusiasmado. “Me han hablado de un lugar donde pones tu plata y en unos meses te devuelven tu capital más el 100% de intereses. Así que las cuentas a plazo fijo, los dólares que he ahorrado y la plata de la herencia de lo que me dejó tu abuelo, todo lo voy a meter a CLAE y por fin no tendré que trabajar nunca más en mi vida”, soltó con una seguridad que me dejó cierto temor en el alma. Terminada la conversación recuerdo que le pedí a mi tío, quien generosamente me daba una propina de 50 dólares mensuales, que por favor me adelantara un año de mesada porque yo también quería meter mi dinero a ese lugar mágico que en meses duplicaba la plata.

De este modo, ya había planificado que sin trabajar ni estudiar, en tan solo diez años y con un capital de 600 dólares yo podría tener 100 mil ‘coquitos’ limpios de polvo y paja: luego de diez años más tal vez podría tener mi primer millón. Cuando le comenté esto a mi tío, el benefactor, su respuesta fue así de tajante y contundente: “Déjate de huevadas, hijito, y ponte a estudiar”.

En algún momento de la historia de la banca local, CLAE manejaba el 40% de la liquidez financiera del Perú y absolutamente todos los peruanos –no solo mi mamá y Alan García, que aseguraban que la plata llega sola– pusieron su dinero en manos de Carlos Manrique, ‘Cheverengue’, quien con su cara de pánfilo llegó a mover 640 millones de dólares sin rendir cuentas a nadie.

Cayeron deportistas, artistas, empresarios, obreros, políticos, blancos, negros, chinos, cholos y miles que tenían tanto de inga como de mandinga.

El 29 de abril de 1993, el gobierno intervino la ‘financiera’ y un año después la Corte Suprema ordenó disolver esa entidad insignia de la banca paralela. Recuerdo el silencio en mi casa después de escuchar ‘directo en directo’ por RPP que CLAE cerraba. “¡No puede ser!”, retumbó por todos lados. El teléfono no dejó de sonar y yo solo atiné a decirle a mi vieja: “Mami, ¿y mi universidad?”, a lo que mi vieja, acto seguido, respondió: “Tranquilo, hijito, ¿tú crees que yo soy tonta? Siempre he sabido que toda la plata no hay que ponerla en un solo lugar. Así que no te preocupes, que la otra mitad de lo que tenía la puse en Refisa. Tus estudios están garantizados”. Meses después esa otra ‘financiera’ paralela era intervenida por estafa.

Lo que siguió en adelante fue una buena lección. La plata no llega sola, el dinero solo se consigue primero estudiando y después trabajando. Si te ofrecen el negocio del millón de dólares sin mover un solo dedo... ¡DESCONFÍA!

Al siguiente mes de la debacle financiera en mi casa, fui donde mi tío, el generoso, a pedirle mi propina del mes y su respuesta fue: “Lo siento, hijito, no te puedo dar nada. Yo también puse toda mi plata en CLAE”.

P.D. Los mandalas son solo para pintarlos. No se dejen estafar.

Esta columna fue publicada el 16 de julio del 2016 en la revista Somos.