"Sin instituciones, el desarrollo que alcancemos solo será aparente, un espejismo del país que debemos ser".(Ilustración: Giovanni Tazza)
"Sin instituciones, el desarrollo que alcancemos solo será aparente, un espejismo del país que debemos ser".(Ilustración: Giovanni Tazza)
Ignazio De Ferrari

¿Cuál es el modelo de desarrollo que mejor promete progreso económico y político en el largo plazo? La experiencia de los últimos dos siglos alrededor del mundo nos enseña que la combinación de capitalismo con Estado de derecho e instituciones estatales funcionales es la mejor combinación para el desarrollo. Desde el trabajo de Samuel Huntington hace 50 años sabemos que cuando el crecimiento del mercado no es acompañado por el de las instituciones, lo que suele seguir es un período de decadencia política que a menudo conduce al autoritarismo. 

En el Perú, tras la caída del fujimorismo, el efímero gobierno de Valentín Paniagua representó la posibilidad de hacer realidad la alianza virtuosa de mercado con instituciones. Los cuatro gobiernos que lo sucedieron se aferraron al mercado, pero no se comprometieron con la construcción de un verdadero Estado funcional y de derecho y con una gestión honesta de los intereses públicos. Cada uno de esos presidentes fue elegido bajo la promesa de limpiar la política y las instituciones para luego romper ese pacto con sus votantes.  

El último presidente en traicionar el mandato de las urnas ha sido Pedro Pablo Kuczynski. En la campaña del 2016, Kuczynski prometió no indultar a Alberto Fujimori y ganó la elección aupado por una coalición electoral que condenaba la embestida a las instituciones y la corrupción de los noventa. Tras un año y medio de gobierno, cuando en su hora más difícil la vacancia parecía inevitable, el mandatario reactivó la coalición antifujimorista para salvar su presidencia. Tras sobrevivir a la guillotina, en vez de agradecerle a los suyos, el presidente escogió proceder con un indulto humanitario que su gobierno había negado en el día de la votación de la vacancia y que, en realidad, de humanitario tenía poco y de político todo. Se consumaba la traición. 

El indulto a Fujimori ha dejado una vez más en evidencia el problema medular de nuestra vida democrática: del combo instituciones-mercado, a las élites de este país –incluido el presidente– y a buena parte de nuestro electorado solo les importa la segunda parte de la ecuación. Las instituciones son como las papas fritas del menú, el acompañamiento del que se puede prescindir cuando se está cuidando la línea. En esa concepción del país, la única amenaza válida es la del ‘outsider’ de izquierda capaz de reventar todos los avances logrados por el mercado. Para salvar el mercado está bien elegir a alguno de los políticos de derecha, incluso si tienen una cuestionada trayectoria democrática o dudoso historial ético.  

Resulta, sin embargo, que el verdadero enemigo era la corrupción. El modelo claramente ha resistido los embates de los antisistemas. Las mayorías electorales han rechazado en cuatro elecciones presidenciales consecutivas opciones de izquierda anti-mercado. La gran pregunta es si lo seguirán haciendo tras Lava Jato. Con los destapes del último año, ¿creemos acaso que alguna de las figuras de los últimos tres lustros sea capaz de construir una coalición electoral que haga verosímil la promesa de una democracia de ciudadanos en el marco de una economía de mercado? Y, aunque lo intentaran, ¿queremos seguir entregándole el país a los responsables centrales de la actual crisis?  

Con el piso electoral que aún mantiene Fuerza Popular es difícil imaginar que la próxima elección presidencial –cuando sea que esta se lleve a cabo– no ponga a algún Fujimori en la segunda vuelta. Pero para que la elección no termine siendo un referéndum sobre la economía de mercado –es decir, un enfrentamiento fujimorismo-antisistema de izquierda– es indispensable refundar la coalición republicana que llevó a Kuczynski a la presidencia. En nombre de la transparencia y la credibilidad que una propuesta institucionalista demanda, y en nombre del realismo político, este frente debe ser liderado por una figura que no esté comprometida con las frustraciones de los últimos tres lustros. En otras palabras, nos enfrentamos a la paradoja de que para salvar el sistema, necesitamos a alguien que venga de fuera de él. 

La clase política que lideró el país desde el 2001 ha fracasado estrepitosamente y debemos iniciar la transición hacia una nueva. Una de las pocas ventajas de la democracia sin partidos es que nos permite deshacernos con más facilidad de los políticos que no funcionan. El trabajo de los próximos años debe ser reconstruir la coalición republicana en torno a una nueva figura. Un ‘outsider’ no es necesariamente lo mismo que un antisistema, al punto de que si no era retirado de carrera, en el 2016 la coalición republicana habría sido liderada por el ‘outsider’ Julio Guzmán y no por Kuczynski.

Una cosa debemos entender de una buena vez: sin instituciones, el desarrollo que alcancemos solo será aparente, un espejismo del país que debemos ser.