"El Minsa es el ministerio con mayor inestabilidad política. Desde julio del 2016 lleva seis ministros y 13 viceministros". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"El Minsa es el ministerio con mayor inestabilidad política. Desde julio del 2016 lleva seis ministros y 13 viceministros". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Janice Seinfeld

El suicidio nos confronta con lo más primario de nuestra existencia. Nos enfrenta a la complejidad de la vida, a la incertidumbre de la muerte y a todo lo que hay (para cada uno) en el medio. Nos impacta. Nos paraliza. Nos lleva a juzgar (o a tratar de entender) al otro, y a callar los fantasmas propios.

Cada año, 800.000 personas se quitan la vida en el mundo. Una cada 40 segundos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Estas muertes suman más que las que producen los homicidios y las guerras juntos. Y, entre los jóvenes de 15 a 29 años, el suicidio es la segunda causa de muerte hoy.

Lo aterrador de estas cifras es solo superado por su tendencia al alza: solo en Estados Unidos en el 2017 se quitaron la vida 47.000 personas, lo que supone un incremento de 33% en menos de 20 años. Fue la tasa más alta de los últimos 50 años. Y sigue aumentando. El suicidio, entonces, es claramente un problema de salud pública global.

El vínculo entre suicidio y trastornos mentales (en particular aquellos relacionados con la depresión y el consumo de alcohol) está bien documentado en los países de altos ingresos, aunque muchos suicidios se producen impulsivamente en momentos de crisis agudas. La OMS cifra en 300 millones a las personas diagnosticadas con depresión (la principal causa mundial de discapacidad), y en 260 millones a las diagnosticados con ansiedad.

En nuestro país, el Ministerio de Salud (Minsa) precisa que el 20% de la población adulta mayor presenta algún tipo de trastorno mental, principalmente depresión, ansiedad y alcoholismo. Además, uno de cada cinco peruanos padece de algún problema mental al año, y uno de cada tres ha tenido un trastorno mental alguna vez en su vida. Esto en un contexto donde el 80% de peruanos con trastornos mentales no recibe tratamiento.

El Minsa es el ministerio con mayor inestabilidad política. Desde julio del 2016 lleva seis ministros y 13 viceministros (la duración promedio de estos últimos es de apenas 137 días). Sin embargo, es alentador que está mostrando avances en el abordaje de la salud mental en el país. Esto, en gran medida, porque el área de salud mental de dicha cartera mantiene al mismo director ejecutivo desde enero del 2014, el psiquiatra Yuri Cutipé. La estabilidad política e institucional son condiciones necesarias para lograr resultados concretos en beneficio de los ciudadanos.

Los principales avances están en los centros de salud mental comunitarios (CSMC), que ofrecen atención ambulatoria para trastornos emocionales o enfermedades mentales. Es decir, están lejos de la idea tradicional de los hospitales psiquiátricos donde se recluía a los pacientes para ofrecerles tratamiento. Hoy reciben ayuda sin perder sus vínculos familiares, laborales y comunitarios, pues el internamiento es una medida excepcional. Además, formarán parte del sistema de redes integradas de salud que está implementando el Minsa para promover el acceso a la salud mental de la población desde el primer nivel de atención.

El incremento en el acceso resulta fundamental en un contexto en que las atenciones en salud mental, incluidos los síndromes por violencia, aumentaron en 109% entre el 2009 y 2017. En ese mismo período, el avance de los CSMC, que hoy suman 103 en todo el país, permitió que la cobertura pase de 9,9% a 20,4%. Al 2021 se tiene proyectado que los CSMC lleguen a 281 y que cada uno realice un promedio de 26.000 atenciones interdisciplinarias cada año. Esto permitirá abarcar al 64,3% de población con problemas de salud mental.

Políticas públicas que ofrezcan continuidad y estabilidad serán efectivas si, a la par, todos combatimos los estigmas que aún persiguen a quienes sufren de trastornos como la esquizofrenia, la bipolaridad, los desórdenes alimenticios y los trastornos obsesivo-compulsivos, por citar algunos. Estos prejuicios entorpecen la recuperación de los pacientes y su entorno, y limitan su participación en la sociedad. El primer paso para erradicarlos es acabar con el silencio que los rodea. Y dejar de pensar en el suicidio como un tema tabú. Debemos encararlo asumiendo su complejidad y multicausalidad. Mirar aquello que nos cuesta tanto ver.