Una ardiente discusión en torno del arte proletario está resucitando en estos días viejos debates concernientes al arte y la vida, a la obra de arte y la vida del artista, al arte y la época, etc.
¿Existe una estrecha correspondencia entre la vida del artista y su obra? ¿Existe un sincronismo absoluto entre la obra y la vida del autor? ¿Hay algún caso en la historia de un artista cuya obra no siga paralelamente y de cerca las vicisitudes personales de su vida y, lo que es más importante, el ritmo político y económico de su espíritu?
Menester sería carecer de toda facultad de examen para afirmar que la obra de arte es una cosa y la vida del autor otra, y que no siempre aquella está ligada a esta última. Sería necesario cargar los más espesos prejuicios de rutina y los más obtusos compases de lógica para negar la dependencia orgánica y viviente en la que siempre están todas las obras de arte de la historia respecto de la vida individual y social de los artistas.
El sincronismo existe siempre tanto en los grandes como en los pequeños artistas, en los conservadores y en los renovadores, en los auténticos y en los falsos. El sincronismo es un fenómeno ineluctable de biología artística. Se ha producido en el pasado, se produce actualmente y se producirá siempre. Aun en los casos de artistas en cuya obra parece, a primera vista, faltar el tono peculiar de su vida, la concordancia, profunda y a veces subterránea, es evidente. Para dar con ella, basta escrutarla con buena fe y un poco de sensibilidad.
Cuando no se procede así, frecuentemente se cae en error. Por ejemplo, Nietzsche fue físicamente un hombre débil y enfermo. ¿Se va a colegir, por eso, que su obra es débil y enfermiza? ¿Se va a colegir, por eso, que “El origen de la tragedia” es la mueca de un hombre deshecho y vencido? Para encontrar el sincronismo verdadero y profundamente estético, hay que tener en cuenta que el fenómeno de la producción artística –como dice Milliet– es, en el sentido científico de la palabra, una verdadera operación de alquimia, una trasmutación.
El artista absorbe y concatena las inquietudes sociales y las suyas propias individuales no para devolverlas tal y como las absorbió, sino para convertirlas en puras esencias revolucionarias de su espíritu, distintas en la forma e idénticas en el fondo a las materias primas absorbidas. Estas esencias trasmutadas pasan a ser, en el seno objetivo de la obra, gérmenes sutiles y sugestiones complejas de excitación social transformadora.
Puede ocurrir, como hemos dicho, que a primera vista no se reconozca en la estructura y movimiento emocional de la obra, la materia vital y en bruto absorbida y de la que está hecha la obra, como no se reconocen en el árbol los cuerpos simples extraídos de la tierra. Sin embargo, si se analiza profundamente la obra, se descubrirán, necesariamente, en sus entrañas íntimas, no solo las corrientes circulantes de carácter social y económico, sino las mentales y hasta religiosas de su época. La correspondencia entre la vida individual y social del artista y su obra es, pues, fatal y ella se opera consciente o subconscientemente, y aún sin que lo quiera ni se lo proponga el artista.
–Glosado y editado–
Texto originalmente publicado el 6 de mayo de 1929