Muy temprano para morir, por Renato Cisneros
Muy temprano para morir, por Renato Cisneros
Renato Cisneros

1. La última semana del arquero Danilo da escalofríos. Es tan paradójica que acaba siendo tétrica. La noche del miércoles 23 de noviembre, en el minuto 93 del segundo tiempo, cuando su equipo, el Chapecoense, empataba de local 0-0 con San Lorenzo –marcador que permitía al cuadro brasileño acceder a la final de la Copa Sudamericana por primera vez en su historia–, una jugada enmudeció a los casi 20 mil asistentes al estadio Arena Condá y, en sus casas, a todos los habitantes de la humilde ciudad de Chapecó.

El delantero argentino Marco Angeleri encontró una pelota de rebote en el área y disparó a menos de un metro del arco de Danilo. El portero brasileño estiró la pierna derecha por puro reflejo y con la punta del botín evitó el gol. Los hinchas celebraron la intervención con un rugido. Segundos después, al terminar el encuentro, el arquero se arrodilló a agradecer lo que en ese instante consideró una intervención divina. Sus compañeros le cayeron encima enseguida. “Lo felicitan como si hubiese atajado el penal de la definición”, describía, incrédulo, el narrador Mariano Closs. Una semana más tarde, el héroe Danilo, baluarte del equipo que emocionó al continente dejando atrás a rivales de jerarquía como Junior e Independiente, sobrevivió a la tragedia del Chapecoense. La suerte parecía estar de su lado nuevamente. Horas después, sin embargo, se confirmó su fallecimiento rumbo a un hospital. La notable atajada de aquella noche lo había condenado.

2. A los 22 años, el volante Tiago da Rocha Vieira, Thiaguinho, se había hecho famoso por su gambeta pícara y por llevar en la espalda un número inusual, el 94. El mismo día 23 de noviembre, horas después de la ardua clasificación ante San Lorenzo, se enteró de que sería padre por primera vez. Filmado por sus compañeros, el mediocampista recibió la noticia y fue presa de un súbito ataque de felicidad. Abrazos, gritos, saltos, lágrimas. La euforia, claro, estaba justificada. Nadie podría haber imaginado en ese momento que Thiaguinho estaba ya situándose en un punto equidistante entre el principio y el fin.

Al ver ese video es inevitable pensar en el hijo que Thiaguinho no conocerá, y que algún día, junto a su madre, Graziele, verá esas imágenes que ya dieron la vuelta al mundo, y acaso tendrá ganas de hacerse futbolista para prolongar a través de sí la existencia del hombre que lo engendró y al día siguiente falleció en un avión en las montañas de Antioquia.

3. Para los peruanos que en 1987 teníamos algún entendimiento de las cosas ha sido inevitable ver en la noticia de la muerte de los jugadores del Chapecoense un eco macabro de lo sucedido con el plantel de Alianza Lima el 8 de diciembre de ese año. Aquel acontecimiento fatídico fue, para nosotros, lo que la tragedia del estadio nacional de 1964 tal vez representó para nuestros padres: el deporte más popular obligado a vestirse de luto y el país hundido en un duelo socialmente transversal. En el caso de Alianza, la catástrofe del Fokker tuvo condimentos que hicieron muy impactantes esos días previos a Navidad: la promesa juvenil arrasada, el mar de Ventanilla devolviendo en la playa los cuerpos tumefactos, la especulación respecto de lo que pudo haber sucedido con el único sobreviviente, el piloto Edilberto Villar.

Pero aprendimos algo más. Que el dolor desactiva las rivalidades futbolísticas aparentemente más encarnizadas. Que los héroes deportivos pueden serlo de manera póstuma y unánime. Y que la historia de todo país –ayer Perú, hoy Brasil– también está escrita por gente que desapareció tempranamente. Algo del carácter de las sociedades se define allí: en esas vidas interrumpidas, en esos sueños que estuvieron a punto de cumplirse y se perdieron para siempre.

Esta columna fue publicada el 3 de diciembre del 2016 en la revista Somos.