(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Ningún líder político usó jamás las redes sociales como lo hace Donald Trump. Especialmente Twitter. Su cuenta personal (@realDonaldTrump) tiene ya 40 millones de seguidores y más de 1.000 tuits presidenciales. Desde el amanecer hasta bien entrada la madrugada, la actividad de Trump es diaria y constante. Su uso de las redes sociales es ya uno de los aspectos más polémicos y únicos de su presidencia. Y es indudable que este uso cambiará para siempre la comunicación política.

Trump arrancó su mandato declarando a los “medios falsos” como “el enemigo del pueblo”, condenando los hábitos “nazis” de la inteligencia estadounidense, cargando contra el Poder Judicial, presionando a su propio Partido Republicano, acusando al ex presidente Obama de espiarle, asegurando que todas las encuestas son falsas, atacando a Alemania por deber “grandes sumas de dinero a la OTAN y EE.UU.”, amenazando al ex director del FBI tras despedirle, insultando a su fiscal general y lanzando una advertencia a Corea del Norte de responder con “fuego y furia” ante sus provocaciones nucleares.

Sus ataques no son nuevos. Trump lleva años siendo muy polémico en las redes sociales. Pero las implicaciones ahora son muy diferentes. Como presidente de Estados Unidos, sus mensajes pueden tener consecuencias para el mundo entero.

Muchos en la Casa Blanca han intentado controlar los hábitos tuiteros de Trump. Empezando por los jefes de Gabinete, desde Reince Priebus al general John Kelly. Pero no siempre lo consiguen. Y tampoco está claro si quieren hacerlo. El ex portavoz Sean Spicer cuenta que solo una o dos veces el presidente ha consultado un tuit antes de lanzarlo. Pero insiste en que la red social es una fortaleza, no una debilidad. Por muchos dolores de cabeza que dé en Washington.

El presidente defiende su uso de Twitter como la mejor herramienta para mantenerse cerca de los estadounidenses. “Eso es lo grande de Twitter”, insistía en su último evento electoral en Alabama. “Cuando la prensa es deshonesta, algo que es la mayoría del tiempo, y cuando dicen por ejemplo que yo no quiero construir el muro, entonces puedo tuitear que eso es falso. Boom. Boom. Boom”.

Trump cree que así contrarresta mejor la cobertura negativa de los medios. Y sus seguidores celebran su transparencia y honestidad en estos tiempos de abundante corrección política.

Pero hay críticos implacables. Insisten en que hay imprecisiones frecuentes entre esos tuits que serán archivados para la historia como mensajes del presidente de Estados Unidos, censuran el lenguaje soez de algunos retuits –como los gifs animados y violentos contra los medios o Hillary Clinton– y, sobre todo, advierten de las consecuencias diplomáticas de muchos de los ataques del presidente… incluso bélicas.

Todo por un arrebato. Porque un importante número de estos tuits presidenciales son improvisados a primera hora de la mañana y a última de la noche, cuando Trump ve la televisión en el comedor presidencial, en el que colocaron una pantalla de 60 pulgadas especialmente para él. De ahí surgen capítulos divertidos, como el generado tras su tuit a medianoche: “... covfefe”, palabra sin significado alguno que se atribuye a un error a esas horas y que aún hoy se usa en Washington. Pero otros episodios tuiteros no lo son tanto. Como los ataques a la separación de poderes del Estado o la larga lista de personas a las que Trump ha bloqueado en Twitter, generando demandas judiciales de organizaciones de derechos civiles porque el presidente debe dirigirse, dicen, a todos los estadounidenses.

La gran pregunta es si estos hábitos tuiteros sobrevivirán. Muchos dijeron que no, que la agenda presidencial modificaría sus impulsos. Nunca fue así. Pero sí es cierto que cada vez los tuits de Trump generan estos días menos titulares. Muchos son ya repetidos o predecibles. ¿Dejarán entonces de ser lo primero que leemos cada mañana? Porque, sí. Son lo primero que leemos los corresponsales. Al menos esta que les escribe estas líneas.