(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alfredo Torres

La debacle de los partidos que obtuvieron las mayores votaciones en el 2016, Fuerza Popular y Peruanos por el Kambio (PPK), ha despertado en la izquierda la esperanza de llegar al poder en el 2021. Verónika Mendoza, como candidata entonces del Frente Amplio, quedó en tercer lugar con 18,7% de los votos válidos, muy cerca de PPK, quien recibió 21,1%. La foto la semana pasada de Mendoza junto a Gregorio Santos –que obtuvo entonces el 4%– en el encuentro de Huancayo sugiere que se estaría construyendo una nueva versión de la Izquierda Unida. La suma de los votos recibidos por Mendoza y Santos en el 2016 es 22,7%. Si hubiesen ido juntos, les habría alcanzado para pasar a la segunda vuelta entonces y los convierte en la primera opción para el 2021, sostienen sus simpatizantes.

La verdad es bastante más compleja. Si bien Mendoza y Santos acudieron prestos a la convocatoria del gobernador de Junín, Vladimir Cerrón, líder del partido Perú Libre, otros líderes de izquierda no se hicieron presentes. Walter Aduviri, el gobernador de Puno, prefirió enviar a un delegado y el congresista Marco Arana, líder del Frente Amplio, no asistió. Perú Libre tiene inscripción para participar en las elecciones –de ahí su atractivo para Mendoza y Santos–, pero también la tiene el Frente Amplio, que piensa postular a Arana. Aduviri no tiene inscripción, como tampoco la tiene su posible aliado Antauro Humala –todavía en prisión–, pero no cabe duda de que no les resultaría difícil conseguir un partido “vientre de alquiler” si fuera el caso. Santos, por ejemplo, participó en el 2016 como candidato de Democracia Directa, una de las 23 organizaciones con inscripción en el JNE.

Si bien podría haber al menos tres candidaturas de izquierda en ciernes, la de Mendoza con el apoyo de Santos y Cerrón sería la más potente. Mendoza ganó en primera vuelta en el 2016 en la sierra sur, Santos es líder en la sierra norte y Cerrón en la sierra central. Si en el otro extremo creciera la candidatura de un “Bolsonaro” peruano, apoyado por Fuerza Popular y el Apra –por ejemplo, Rafael Rey, que fue candidato a la vicepresidencia de Keiko Fujimori y ministro de Alan García–, los seguidores de Mendoza afirman que la polarización les daría una buena opción de triunfo.

El mayor riesgo para Mendoza, sin embargo, no proviene de la derecha sino del centro político. Al correrse hacia la izquierda –con su proyectada alianza con Santos y Cerrón–, estaría abandonando a un sector de centroizquierda que votó por ella en Lima y otros lugares del Perú. Parte de ese electorado podría migrar, por ejemplo, al Partido Humanista, de Yehude Simon, que también tiene inscripción vigente y podría patrocinar la candidatura de alguna personalidad como el sociólogo y ex ministro Jorge Nieto. O podrían votar por Acción Popular –según quien sea su candidato– o por Julio Guzmán y su novel Partido Morado.

Pero el problema de fondo de la izquierda peruana no es tanto de candidaturas como de discurso. La declaración de Huancayo –que firmaron Perú Libre, MAS, Nuevo Perú y el Partido Comunista, entre otros– insiste en la monserga de plantear “la refundación de la república a partir de una nueva Constitución… en vista de que el neoliberalismo ha demostrado en todo el mundo no solo su caducidad sino también su fracaso”, como si no hubiese caído el muro de Berlín y los antiguos países socialistas de Europa del Este y el Asia –incluida China– no hubiesen acelerado su desarrollo en las últimas décadas gracias a diversas variantes de lo que ellos denominan “neoliberalismo”.

La realidad que muchos líderes de izquierda se resisten a aceptar es que, precisamente, los regímenes que apostaron por una “refundación de la república” –como la Venezuela de Chávez y Maduro o la Nicaragua de Daniel Ortega– son los que se están hundiendo hoy en medio del caos económico, la corrupción y una represión brutal. Se niegan a entender que, precisamente, el régimen económico de la Constitución de 1993 es el que ha permitido que la pobreza se reduzca de 60% a 20% en el Perú, mientras que el “socialismo productivo” como llama Maduro a su modelo económico hizo justo lo contrario: multiplicar por tres la pobreza en su país.

Una izquierda moderna –como la uruguaya o algunas europeas– tiene claro que en la economía globalizada del siglo XXI no hay espacio para los Estados populistas y nacionalistas. Que su compromiso contra la injusticia y la discriminación y a favor de la diversidad y la protección del ambiente no pasa por oponerse a la empresa privada y al rol del mercado en la asignación de recursos. Que la promoción de la competitividad es la vía para generar empleos e ingresos fiscales que permitan sostener programas sociales que reduzcan la pobreza y aumenten la igualdad de oportunidades. El día que la izquierda peruana adopte ese discurso no solo podrá ganar las elecciones, sino también podría hacer un gobierno que contribuya al bienestar de los peruanos de manera sostenible.