(Foto: Congreso de la República).
(Foto: Congreso de la República).
Editorial El Comercio

La reciente decisión del presidente del , Daniel Salaverry, que autoriza la creación de nuevas bancadas en el hemiciclo –basándose en sendas sentencias del Tribunal Constitucional (TC)– ha motivado, como era de esperarse, una plétora de reacciones de todo tipo entre los parlamentarios.

Uno de los que se ha pronunciado al respecto ha sido el legislador de Alianza para el Progreso (APP) quien, al tiempo de saludar la decisión del titular del Parlamento, aprovechó la ocasión para ensayar una llamativa propuesta en la lucha contra el transfuguismo. “De aquí en adelante pongamos claras las reglas de juego, plantearemos un proyecto de ley para que los congresistas que renuncien a su bancada dejen el Congreso e ingrese su accesitario”, expresó a través de su cuenta de Twitter.

Bien es cierto que el transfuguismo –entendido este como la práctica parlamentaria por la que un legislador abandona el partido político con el que postuló y llegó al hemiciclo para migrar a otro o constituir uno nuevo– es poco deseable en una democracia. Después de todo, el propio TC ha reconocido, en su sentencia de julio pasado sobre la ‘bancada mixta’, que existen transfuguismos motivados por la conveniencia política o la compensación económica que deben ser perseguidos y castigados drásticamente (como bien hemos conocido los peruanos por episodios no tan alejados en nuestra historia).

Sin embargo, como también ha destacado el TC, existen escenarios en los que el transfuguismo se vuelve una puerta, no solo legítima, sino también beneficiosa para el legislador, que no pueden ser desconocidos de un portazo.

Efectivamente, cabe la posibilidad de que, por ejemplo, las cúpulas de los partidos comiencen a tomar decisiones que comprometen la libertad de conciencia de los legisladores o a digitarles órdenes que transgreden sus valores o principios personales. E incluso que la organización política en pleno abandone la ideología que abrazó durante la campaña y vire hacia una sensiblemente nueva una vez instalada en el Legislativo. Pensemos, si no, en si hubiera resultado lícito reemplazar a los congresistas del Partido Nacionalista que fueron elegidos por el voto popular en la primera vuelta del 2011 con la promesa de ‘La gran transformación’ pero que tomaron posesión del cargo bajo la conveniente ‘Hoja de ruta’ a la que mudó su líder político antes de la segunda vuelta.

En última instancia, vale recordar, los legisladores se deben a sus electores antes que a determinada bandera política. Y en ese sentido, la propuesta del congresista Acuña parece más enfocada en asegurarse filiaciones partidarias antes que en robustecer la democracia.

En realidad, no obstante, el principal problema con el legislador de APP no es solo lo que plantea, sino lo que subyace a su planteamiento; esto es, la creencia de que el transfuguismo es la enfermedad y no el síntoma de algo mucho mayor.

En efecto, cabría preguntarse cuántos de los recurrentes episodios de transfuguismo que hemos atestiguado en las últimas dos décadas no tienen su génesis más bien en el debilitamiento de nuestros partidos políticos, con organizaciones que no cuentan con una ideología reconocible, encabezadas por caudillos, que carecen de herramientas que garanticen la democracia interna, que sirven como feudos donde el poder se traspasa de padres a hijos o que confeccionan sus listas parlamentarias cursando invitaciones a políticos con cierto reconocimiento entre los electores antes que formando cuadros propios.

Para lo que debería servir este reinaugurado debate por el transfuguismo, entonces, es para pensar en cómo apuntalamos a nuestras organizaciones políticas recuperándolas como espacios de intermediación entre los ciudadanos y los dirigentes, y convirtiéndolas en plataformas que faciliten –y no obstaculicen– la labor parlamentaria.

Quizá fortalecer a los partidos resulte una medida bastante más provechosa para evitar la disidencia política antes que esbozar estrambóticas fórmulas que pueden llamar la atención, pero que siembran dudas sobre su conveniencia.