Hace algunos días el presidente Ollanta Humala salió al frente a criticar las sucesivas renuncias a la bancada oficialista, incluida la más reciente del congresista Wilder Ruiz, quien pasó a integrar el grupo congresal de Dignidad y Democracia (formado también por ex nacionalistas).
El mandatario hizo una fuerte crítica al transfuguismo congresal y pidió una severa sanción para este tipo de decisiones. “El clímax del transfuguismo se ha dado en la década fujimorista, cuando se compraba a los congresistas con plata”, señaló, para luego añadir: “No hay ninguna norma que penalice esta conducta. Lamentablemente, queda corto tiempo para que el Congreso pueda trabajar en este tema, que le haría mucho bien a su salud”.
Las declaraciones del presidente reflejan dos problemas de fondo respecto a su visión sobre el tema. La primera es la nula autocrítica sobre su responsabilidad en el origen de las constantes deserciones partidarias. Describiendo el fenómeno como si fuese un inevitable coletazo de la historia y de la cultura peruana que debe ser controlado por ley, el presidente desconoce las tensiones que él mismo ayudó a atizar dentro de su partido, por ejemplo, al favorecer candidaturas a la presidencia del Congreso que no gozaban de aceptación mayoritaria, antes que buscar consensos internos.
“Las puertas de Gana Perú están abiertas para los que se quieran ir”, indicó hace poco más de un año sobre los congresistas que no estuviesen de acuerdo con la “disciplina partidaria” que para algunos disidentes se parecía más a un parte de instrucciones con el sello de Palacio de Gobierno que a un plan consecuente con los principios del partido.
El segundo problema con las declaraciones del mandatario es la solución que sugieren. En primer lugar, en un contexto de partidos débiles y voto preferencial, la sanción al congresista que cambia de bancada socava la representatividad y la relativa autonomía que han sido depositadas en él por sus electores. Los 130 parlamentarios nacionales son, sobre todo, representantes de los intereses ciudadanos que fueron elegidos para defender, y no piezas limitadas únicamente a repetir las instrucciones partidarias del momento.
En segundo lugar, la potencial inconsistencia temporal de estas mismas instrucciones partidarias hace de las sanciones de las que habla el presidente una idea peligrosa. El transfuguismo no es siempre un acto de traición, sino que, por el contrario, puede ser también un acto de coherencia si quien cambia es el partido y no el congresista. Por ejemplo, el giro en el plan de gobierno nacionalista una vez pasada la primera vuelta electoral del 2011 –positivo y necesario como fue– explicó el legítimo descontento y deserción de parlamentarios que fueron elegidos para apoyar una administración delineada por “La gran transformación” antes que “La hoja de ruta”.
En tercer lugar, estas sanciones son incluso una mala idea para los mismos partidos que ven adelgazar sus filas. Como hemos mencionado en anteriores ocasiones, si la agrupación ha mantenido su línea original y es el congresista quien decide irse por motivos ajenos a su compromiso con los votantes, mal haría el partido en mantener contra su voluntad a un elemento disonante.
Finalmente, si existiese evidencia de que el congresista ha puesto fin a su relación partidaria por motivos ilegales –como sucedió a fines de los noventa– la solución se halla en aplicar los procesos judiciales correspondientes, mas no en limitar ex ante una acción que puede ser legítima. Además, los parlamentarios que abandonen injustificadamente los intereses de sus electores deberían ver la sanción y el reflejo de sus acciones en una reducción de votos durante los próximos comicios.
La agenda para mejorar la representatividad de los partidos políticos es clara y pasa por fortalecer las elecciones internas, fiscalizar de manera eficiente su financiamiento, revisar la conveniencia de los distritos plurinominales, entre varias otras reformas políticas. Sancionar cambios de bancada en parte ocasionados por la incapacidad de los líderes para mantener un frente parlamentario unido y coherente no es una de ellas.