Editorial: Condena con yaya
Editorial: Condena con yaya

Conforme nos acercamos al 10 de abril, la campaña ha ido adquiriendo ribetes de intolerancia y violencia inaceptables. Del ocasional huevo lanzado contra algunos candidatos durante sus caminatas, pasamos al ataque a los locales partidarios; y de ahí, a los contusos en los mítines, por la irrupción de ‘contramanifestantes’ premunidos de palos y piedras. Todos actos de agresión inexcusables.

El más serio de los episodios de ese tipo hasta ahora fue el ocurrido el jueves de la semana pasada en el Cusco, durante una manifestación de la postulante de Fuerza Popular (FP), Keiko Fujimori. Como se sabe, ella solo pudo dirigirse por unos minutos a sus simpatizantes reunidos en la plaza de esa ciudad, porque varios centenares de personas se introdujeron entre la multitud para expresarle su rechazo coreando consignas o arrojando piedras.

Ante esa situación, la aspirante de FP debió abreviar su mensaje y ordenar que el acto político fuese cortado casi inmediatamente para evitar una confrontación mayor a la que se produjo, lo que de seguro fue lo más sensato. Y por eso mismo ha llamado la atención la reacción casi entusiasta que tuvieron respecto del episodio algunos medios y, sobre todo, otros postulantes a la presidencia.

Por supuesto que oponerse al fujimorismo o a cualquier otra fuerza política es un legítimo derecho de quienes participan en nuestra democracia. Y en este caso, además, se trata de una oposición perfectamente explicable, por los delitos y atropellos que supuso su paso por el poder y que en esta página hemos criticado y seguiremos criticando con convicción.

Sin embargo, lo que ya no luce tan democrático es que tal oposición se exprese tratando de impedir que la candidata celebre manifestaciones y, peor aun, ejerciendo violencia contra quienes quieran escucharla.

En ese sentido, cabía esperar de todos los candidatos una condena a este tipo de actos que mañana o pasado podrían afectarlos también a ellos. Y, sin embargo, no ha sido esa, precisamente, la actitud de la postulante presidencial del Frente Amplio, Verónika Mendoza, quien –según una nota difundida por su equipo de prensa al día siguiente del ataque al mitin fujimorista– ha señalado: “No solo en Cusco, sino también en Ayacucho, Arequipa, y en diversas regiones del país crece el rechazo y la indignación ante la candidatura de Keiko Fujimori, porque el pueblo no olvida y tiene memoria de lo que significó el gobierno fujimontesinista para el país”. Y también: “Señora Fujimori, en Cusco ha salido un pueblo digno a hacerle frente, y lo han hecho de manera pacífica” (sic). 

Más allá del infundado símil que plantea entre la dignidad y la manifestación pública del rechazo (como si no hacer lo último significara carecer de lo primero), lo peor de todo es la complacencia con lo ocurrido que el mensaje transmite y que la reflexión final –“Rechazamos cualquier tipo de actos de violencia”– no logra mitigar. Para empezar porque si, como se había afirmado antes, los ‘contramanifestantes’ habían protestado “de manera pacífica”, la observación no se justificaría.

La sensación que queda, en consecuencia, es la de un doble discurso en el que, para curarse en salud, se censura lo que primero se ha negado, haciendo de todo el pronunciamiento una condena a medias, o con yaya. Muy parecida, dicho sea de paso, a la que esa misma candidata hace del régimen venezolano cuando se le pregunta si lo que existe en el país llanero es una democracia.