Las noticias económicas que discuten sobre si el crecimiento del PBI peruano de este año alcanzará 5% o si más bien deberíamos esperar no más de 3% de expansión pocas veces despiertan un ávido interés de parte de los ciudadanos. Para muchos, los vaivenes económicos serían tan irrelevantes en su vida cotidiana como lo son las intrigas políticas que ocupan buena parte del contenido noticioso. A diferencia de otras políticas vinculadas a asuntos como el trasporte urbano y la seguridad ciudadana, con respecto al crecimiento general de la economía existe una sensación casi institucionalizada –como también la existe en muchas personas sobre la democracia– de que ‘eso a mí no me afecta’.
La verdad, sin embargo, es que la relación entre el crecimiento del PBI y las mejoras en el bienestar de la gente –que es, finalmente, el objetivo último del crecimiento económico– es mucho más estrecha de lo que aparenta. En primer lugar, la creación de empleo de calidad está directamente vinculada con el crecimiento del producto y la inversión privada. En un contexto como el peruano en el que más del 70% de la población trabaja en el sector informal –sin acceso a seguro de salud, vacaciones, condiciones mínimas de seguridad, ni ningún beneficio–, la inclusión de millones de trabajadores en el sector formal es uno de los retos más urgentes.
Así, de acuerdo con la Cámara de Comercio de Lima (CCL), solo para absorber a los casi 300.000 jóvenes que se incorporan anualmente al mercado laboral formal, el país necesita crecer a más de 4% por año; cualquier cifra inferior a esta reduce la tasa de empleo de calidad y condena –proporcionalmente– a más personas a condiciones de trabajo precarias.
En segundo lugar, la velocidad con la que el país logra reducir sus índices de pobreza también depende, lógicamente, de la cantidad de riqueza que seamos capaces de crear en un período determinado –es decir, del crecimiento del PBI–. Estudios del Banco Central de Reserva (BCR) sugieren que, por cada punto extra de crecimiento del PBI, la pobreza total se reduce entre 0,8 y 1,5 puntos porcentuales, mientras que la de pobreza extrema lo hace entre 1 y 2,1 puntos porcentuales. Esto quiere decir que, en un escenario probable, la diferencia entre crecer a 3% y a 4% en un año determinado le puede costar a 30.000 familias la posibilidad de salir de la pobreza.
Esto apunta, a que –a diferencia de lo que mencionan algunos– el crecimiento de las últimas décadas, y del cual nos estamos privando hoy, ha sido inclusivo. Como señaló antes este Diario, el coeficiente de Gini, que mide la distribución del ingreso, ha venido mejorando sostenidamente desde el año 2000. Esto se ilustra bien indicando que el ingreso promedio del decil de hogares más pobres ha subido en más de 80% en los últimos 10 años, en tanto que el crecimiento del ingreso de los hogares más ricos ha sido de la mitad de eso.
Por supuesto, esta inequívoca relación entre crecimiento económico y mejora en las condiciones de vida no es exclusiva del Perú. De hecho, con excepción de los seis países que deben su riqueza al petróleo o diamantes y de seis países que formaron parte de la Unión Soviética, la relación entre el PBI per cápita y el Índice de Desarrollo Humano –que brinda una visión integral de desarrollo– de las Naciones Unidas es casi perfecta. En el mundo, más riqueza y mejor productividad están indisolublemente asociadas con mejor calidad de vida.
Y es que, al final, más allá de los programas sociales que pueda o no promover el gobierno de turno, son la productividad y el crecimiento del PBI los que determinan en el largo plazo cuántas familias acceden a condiciones de vida aceptables y cuántas no. Es eso, también, lo que hace tan relevante cuidar un solo punto del crecimiento del producto: después de todo, el PBI sí se come.