Editorial El Comercio

Más de medio año luego de identificados los primeros focos infecciosos del nuevo coronavirus en China, y tras casi 800 mil muertes reportadas, el mundo ha volcado su atención en el desarrollo de una vacuna efectiva y segura contra el COVID-19. Con algo de suerte, se espera que esto sea, finalmente, lo que haga posible volver a la normalidad.

En el Perú, el tema por supuesto no ha pasado desapercibido. Esta semana, en conferencia de prensa, el presidente Martín Vizcarra indicó que el Gobierno ha iniciado ya el proceso para adquirir 30 millones de dosis de la vacuna. De acuerdo con el mandatario, el país negocia con cinco laboratorios de países como China, Reino Unido y EE.UU. Al mismo tiempo, el plazo para los trámites administrativos de recepción de la vacuna se reduciría, según mencionó, de seis meses a quince días.

En cuanto a la forma de la conferencia de prensa, esta repitió las mismas carencias que hemos resaltado antes de conferencias pasadas. Sin posibilidad de repreguntas o de participación en vivo –aun si es no presencial–, las alocuciones del presidente transmiten más que las palabras que usa; también traslucen una sensación de debilidad o de miedo a quedarse sin respuestas.

En cuanto al fondo del mensaje, intentar prepararse con anticipación a la validación internacional de la vacuna es sin duda positivo. Como mencionó el presidente, dada la enorme demanda global por la inmunización, es razonable ponerse a la cola lo antes posible y no esperar al último minuto. El mensaje que transmitió el mandatario, sin embargo, puede haber sido excesivamente optimista. No es claro aún que las vacunas en cuestión vayan a pasar satisfactoriamente la tercera fase de pruebas. Recién en los próximos meses se confirmará, o descartará, su eficacia. Proyectar que la vacuna llegará al Perú “de acá a cuatro o seis meses” puede crear falsas expectativas que incentiven a bajar la guardia frente a un problema muy real y que quizá dure bastante más.

Precisamente por ello, porque el virus tiene más presencia hoy que nunca antes en un país cuyo sistema sanitario ha sido largamente desbordado, es que la prioridad inmediata debe ser el control de su propagación. Quizá sea por eso, también, que las explicaciones del presidente sobre el incremento de los contagios en las últimas semanas se sintieron manidas y pobres. Resulta inconcebible, por ejemplo, que tras más de cinco meses de emergencia sanitaria no se haya podido diseñar una política de transferencias monetarias seguras a la población y, en consecuencia, se hayan vuelto a registrar largas y riesgosas filas en los bancos para cobrar los bonos otorgados por el Estado. Igualmente, la próxima campaña de comunicación masiva anunciada por el mandatario era algo que bien pudo llegar en abril y no en setiembre. Finalmente, la insistencia en la inmovilización de los domingos –porque ahí es cuando se daría el contagio entre familias– tiene más de ímpetu voluntarioso que de evidencia.

El país no puede cometer errores de gestión similares cuando la vacuna esté finalmente disponible. No es únicamente comprarla de forma oportuna. Es garantizar que su almacenamiento y distribución –a través de redes centralizadas o descentralizadas– permitan que llegue a todo el Perú en buen estado. Es tener listas las jeringas y demás implementos que se puedan requerir para su aplicación. Es haber identificado y contactado previamente a los millones de personas que deberían tener prioridad en la inmunización. Todo esto se puede hacer hoy. Los retos de logística son enormes, y no es esta un área en la que haya logrado destacar la actual administración. Si el espacio para equivocaciones era limitado antes, hoy es nulo.

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