La escalada de ataques del congresista Roberto Vieira a su ex compañera de bancada y segunda vicepresidenta de la República, Mercedes Aráoz, alcanzó este fin de semana una virulencia que ha sido considerada excesiva hasta por él mismo.
Como se recuerda, en las semanas previas a su expulsión del grupo parlamentario de Peruanos por el Kambio (PPK), Vieira le atribuyó a la señora Aráoz estar detrás de un ‘complot’ que tenía ese objetivo. “Ella se suma ahora como cómplice de Bruce para forzar mi salida”, dijo por ejemplo en una entrevista, en la que previamente la había acusado de haber puesto a sus allegados en las comisiones de transferencia del gobierno y de haberlas convertido en su ‘mesa de partes’.
Y cuando ya la separación se había consumado, le dedicó varios mensajes en su cuenta de Twitter que incluyeron desde comentarios como “a ver si aprende que no se debe mentir y [a] no abusar del poder”, hasta apelaciones directas como “sabes muy bien lo que has hecho, ¿podrás dormir tranquila?”.
La ofensiva, como se ve, era sostenida y de estilo opinable, pero nada hacía presagiar el brulote de este sábado. A raíz de la presencia de Aráoz y de su hija junto a la escalinata del avión que trajo al presidente estadounidense, Barack Obama, al Perú, apareció en la cuenta de Vieira el siguiente mensaje: “Los congresistas no tenían pase para el APEC y sus hijos tampoco, pero para la cortesana todopoderosa todo es posible; hasta recibir a Obama”.
La tormenta de reacciones no se hizo esperar –sobre todo por las connotaciones de la palabra ‘cortesana’– y el mensaje fue rápidamente retirado del ciberespacio. Pero el daño ya estaba hecho.
El congresista Vieira inició entonces un intrincado esfuerzo por sacarse de encima la responsabilidad de lo escrito, cuyo ingrediente principal consistió en echarle la culpa, primero, al jefe de prensa de su despacho, Eduardo Alvarado. Y luego, a José Contreras, un asistente que “estaba a prueba”. Dos personas que habían podido disponer libremente de la cuenta que llevaba su nombre porque, según dijo, él “no puede hacer todo a la vez”.
Como presunta prueba de lo poco representativo de su manera de pensar que era el ataque en cuestión, además, el legislador abundó en tuits que condenaban el sexismo y el machismo. “Ningún vestigio de duda del respeto que debemos guardar a la mujer peruana”, escribió. O también: “No hubo ninguna intención de ofensa a la sra. Mercedes Aráoz [que], más allá de su investidura, es una digna representante de la mujer peruana”. Y por último: “La violencia de género, sea física o verbal, es un acto vil y repudiable, va contra mis principios éticos y morales”.
Pero su esmerada beatería de género (¿los comentarios denigrantes sobre hombres no son acaso reprobables?) no logró disolver el problema central. A saber, que si cualquier hijo de vecino que posea una cuenta oficial de Twitter a su nombre tiene que hacerse responsable de lo que allí aparezca, un representante político, como el congresista Vieira, está obligado a hacerlo en mucha mayor medida.
Si por las múltiples ocupaciones propias de su cargo consideró adecuado tener a un asistente que administrase la cuenta por él, es evidente que le correspondía aprobar lo que este dijese en su nombre. Máxime si el tenor de lo dicho era consistente con el de mensajes previos dirigidos a una misma persona, como los que él le dedicó antes a la señora Aráoz.
“Me lo dijo un pajarito”, comenta risueña la gente en nuestro país cuando no quiere señalar expresamente la fuente de una información delicada. Y en este caso, el legislador Vieira parecería querer aplicar una variante de ese subterfugio para eludir su responsabilidad en este entuerto.
Sobre la eventual sanción al agraviante, ya se pronunciará oportunamente la Comisión de Ética del Congreso. Pero mientras tanto no debe quedar duda de que el ‘pajarito’ que tan gruesamente trina desde esa cuenta tiene un amo al que siempre vuelve.