(Foto: Lino Chipana/El Comercio).
(Foto: Lino Chipana/El Comercio).
Editorial El Comercio

El ex presidente enfrenta desde hace tiempo un escenario adverso en lo político y en lo legal. Tras su deslucida performance en las últimas elecciones presidenciales –en las que obtuvo el quinto lugar, con el 5,85% de los votos válidos–, las investigaciones sobre los casos de corrupción en su segunda administración y la percepción sobre el particular que los sondeos de opinión registran lo tienen a la defensiva. Los acontecimientos más recientes en ese contexto son la noticia de la investigación que le sigue la Primera Fiscalía Corporativa Especializada en Lavado de Activos como presunto líder de una organización criminal y los resultados de la encuesta nacional de , en la que su segundo gobierno es percibido como “el más corrupto” por un 35% de la ciudadanía, superando largamente a los de Alberto Fujimori (23%), Ollanta Humala (22%) y Alejandro Toledo (15%). Pero no son los únicos.

A manera de respuesta a toda esa circunstancia, el líder aprista publicó días atrás en este Diario un artículo titulado , en el que ensaya una explicación a lo que ocurre. “Como no logran involucrarme en el escándalo Lava Jato, como sí lo están sus ex candidatos y ex presidentes, mis adversarios vuelven a la estrategia de ‘criminalizar a Alan García’ aprovechando la falta de información del pasado. Al igual que el terrorismo, buscan apropiarse de la memoria colectiva y, con la lógica de ‘miente, miente, que algo queda’, repiten patrañas ya desechadas”, señala García en esa nota.

Y en su cuenta de Twitter formuló también hace poco cuestionamientos a la institución que realizó la encuesta que en tan mal pie dejó su último paso por el poder. “¿Proética, dirigida por Walter Albán, ministro y embajador de los Humala, hoy presos, enseña moral al Perú? ¡Qué tal raza!”, escribió.

Se trata de argumentaciones alambicadas (sobre todo la segunda) que procuran atribuirle una carga política a la imagen negativa con la que tiene que lidiar: un aspecto del problema que ciertamente no se puede desdeñar… pero que no alcanza para explicarlo a cabalidad. Existen hechos concretos que, más allá de lo que la fiscalía y eventualmente el Poder Judicial puedan derivar de ellos, justifican la suspicacia que expresan vastos sectores de la opinión pública.

En primer lugar, cabe recordar que hay importantes funcionarios de su segundo gobierno que están en prisión preventiva por los sobornos que habrían recibido de la empresa para favorecerla en la concesión de obras públicas. Nos referimos específicamente a Jorge Cuba Hidalgo, ex viceministro de Comunicaciones; Edwin Luyo Barrientos, presidente del comité de licitación de la línea 1 del metro de Lima; y a Miguel Navarro Castro, quien también trabajaba en el Ministerio de Transportes y Comunicaciones. Una lista a la que hay que agregar a la prófuga Mariella Huerta Minaya, y a los investigados Enrique Cornejo (titular de la ya mencionada cartera) y Oswaldo Plasencia, quien llegó a ser asesor del despacho presidencial.

Pero hay más. Como observó nuestro columnista Federico Salazar en una columna publicada este año en esta sección, bajo el título de , el gobierno encabezado por el líder aprista “aumentó en 1.900 millones de dólares el presupuesto de la carretera Interoceánica norte y sur. La carretera que es un desierto al lado de la Carretera Central, donde no se invirtió nada” y el propio García “se puso el ‘overall’ de Odebrecht, el casco de Odebrecht, se tomó varias fotos con el delincuente Jorge Barata, firmó decretos de urgencia y propició créditos en favor de la megaobra”. Además, durante su presidencia, recuerda siempre Salazar, “Barata visitó 16 veces Palacio de Gobierno. Doce reuniones fueron con el presidente de la República. Viajaron juntos 23 veces”.

Imposible una mejor síntesis de todo aquello que da origen a la suspicacia a la que antes aludíamos y que mal puede conjurarse intentando bloquear las investigaciones en curso con recursos judiciales, como los que ha anunciado el ex presidente. Él mejor que nadie debería saber que la fama –positiva o negativa– no llega sola. Y que sola tampoco se va.