(Foto: Alonso Chero/El Comercio).
(Foto: Alonso Chero/El Comercio).
Editorial El Comercio

El a ha levantado una esperable y gran polvareda. Tomará tiempo ver todos sus ángulos y consecuencias. Hay algunas ideas, sin embargo, que se pueden tener claras desde ya. Con cargo a ir desgranando las demás, quisiéramos adelantar dos de ellas hoy.

La primera es esta. Puesto que afirmó varias veces antes de asumir la presidencia que no indultaría a Alberto Fujimori, a quien llamó delincuente de numerosas maneras cuando vio que solo el antifujimorismo le definiría la presidencia, tienen razón en sentirse engañados aquellos ciudadanos que le dieron su voto teniendo a este factor como el determinante de su decisión.

También tienen razón todos los que piensan que Kuczynski miente tan libremente como cualquiera de nuestros principales políticos. “No. No, no, no”, le contestó firmemente el presidente a “Semana Económica”, por solo citar un ejemplo, cuando le preguntaron si concedería el perdón a Fujimori en una entrevista realizada apenas ganó las elecciones. Aunque es verdad que no se necesita del tema del indulto para saber que lo del tecnócrata sano era un mito. Ni siquiera hay que retroceder mucho en el tiempo, en realidad. Basta remitirse al asunto que terminó desembocando en el indulto.

Kuczynski tiene sí una atenuante en las circunstancias en las que decidió violar su palabra y dar el indulto: o aceptaba darlo u hoy no sería el presidente. Pero este atenuante pierde parte de su peso cuando uno recuerda que de cualquier forma fue el mismo Kuczynski quien se puso en la posición en la que estuvo ese día: si no era por los contratos de Westfield y First Capital con Odebrecht, y por las mentiras con las que quiso tapar el tema, no hubiera acabado contra las cuerdas desde las que dio el indulto.

La salud de Fujimori no parece un atenuante para la decisión de Kuczynski, en tanto que esta no ha sido el motivo por el que se otorgó el indulto: no es arriesgado asumir que todo lo que Fujimori tiene hoy lo tenía antes de la votación del jueves. Estamos de acuerdo con la figura del indulto humanitario, pero de eso no se ha tratado esto.

La segunda idea es que Kuczynski no ha perdonado a un hombre inocente. Es cierto que la de la autoría mediata es una teoría tremendamente discutible si va a servir para condenar a una persona a prisión (y no fue Fujimori, por cierto, el presidente bajo cuyo mandato se cometió el mayor número de asesinatos y desapariciones forzadas en la lucha contra el terrorismo, como bien lo recogió la CVR). Pero el hecho es que no se necesita recurrir a la sentencia de la teoría mediata para saber que Fujimori delinquió repetida y gravemente.

Para hablar solo de las otras sentencias ya dadas, está probado que Fujimori transfirió a Montesinos los fondos estatales con los que este compraba, entre otros, congresistas, magistrados, periodistas, generales y líneas editoriales. También los fondos con los que espiaba a políticos y congresistas. Y se discute si aprobó directamente las transferencia de recursos para comprar los diarios chicha (con S/122 millones de las Fuerzas Armadas) desde los que se difamó masiva y vilmente a cualquiera que se opusiera al régimen (las primeras instancias dijeron que sí lo hizo). Asimismo, está probado que firmó una resolución para pagarle US$15 millones a Vladimiro Montesinos. El mismo Montesinos a cuya casa ordenaría entrar a un falso fiscal para llevarse decenas de ‘vladivideos’ al Grupo Aéreo N° 8.

También está probado –aunque esto ya no sea penal– que era una persona que no mostró respeto alguno por la investidura que tuvo o por la ciudadanía a la que representaba. Ese Montesinos al que le transfirió los US$15 millones era el Montesinos que él juraba lo había traicionado y engañado todos esos años, y al que fingía estar persiguiendo. El mismo asesor que cobraba del narcotráfico al que, tiempo después, e increíblemente, le guiñaría el ojo frente a cámaras, durante un juicio.

Esa investidura, por otra parte, y nunca sobra recordarlo, es aquella a la que renunció por fax luego de huir del país con la excusa de una gira, para acabar postulando al Senado japonés.

Luego está el desmantelamiento de todas las instituciones para concentrarlas en unas solas manos: las suyas, que eran las de Montesinos. Fujimori intervino el Poder Judicial, el Ministerio Público, el Tribunal Constitucional, la contraloría, las autoridades electorales: todas y cada una de las entidades que podían servir para contrapesar su poder y limitar su continuidad. Y a muchas de ellas las tomó cuando ya ni siquiera podía recurrir al argumento del terrorismo y la hiperinflación para intentar justificarse, sino solo a su ambición.

Es notable, dicho sea de paso, la poca importancia que se le da a esta toma de las instituciones al sopesar los atropellos de su régimen. Se le desconecta totalmente, por ejemplo, de las posibilidades de progreso económico en el largo plazo. Pero lo cierto es que con el tiempo esto significó que no hubiera nada ni nadie en el país que tuviera algo garantizado en contra de la que pudieran ser la voluntad y los intereses de la dupla al mando.

Nada de esto, desde luego, borra las cosas buenas, algunas de ellas muy importantes, que se hicieron durante sus gobiernos. Pero lo mismo es cierto viceversa. No existe, y no debe existir en las democracias algo así como un “pase libre para delinquir” que uno pueda adquirir si hace suficientes méritos.

Fujimori, pues, no ha salido de prisión porque no haya delinquido. Delinquió continuamente. Y la verdad histórica no es lugar del que uno pueda salir por la puerta de un indulto.