El asunto de las cuatro agendas mostradas en un programa periodístico y derivadas luego al Ministerio Público tiene a la señora Nadine Heredia en una situación apremiada. Como se sabe, la presunción de quienes las sacaron a la luz es que ellas pertenecieron en algún momento a la hoy primera dama y, en consecuencia, las anotaciones sobre indebidos manejos financieros que allí figuran la comprometerían legalmente.
Corresponde por supuesto al Ministerio Público establecer cuáles son los pasos por seguir en la eventual investigación que las libretas merezcan. Pero mientras tanto, es natural que, por sus posibles ramificaciones políticas, el tema despierte el interés de la prensa, que permanentemente está pidiéndole precisiones sobre el particular a la esposa del presidente. Y resulta interesante, en ese sentido, comprobar que entre sus respuestas existen no pocas ambigüedades y contradicciones.
La defensa de la señora Heredia ha consistido hasta ahora en afirmar tres cosas: que el ‘destape’ responde a un plan del Apra para distraer la atención del caso de los narcoindultos, que las agendas no son suyas y que estas constituyen una “prueba contaminada”.
De los tres argumentos, el menos eficaz es desde luego el primero porque, con prescindencia de quién haya destapado el asunto y cuáles hayan sido sus eventuales motivaciones para hacerlo, lo importante es si las imputaciones que se desprenden del mismo son ciertas o no. Y la teoría de la conspiración esbozada por la primera dama no despeja esa duda.
El segundo argumento es más espinoso y tiene historia. Hace poco más de un mes, Rosa María Palacios le planteó a la esposa del presidente una serie de preguntas por escrito que esta respondió por Twitter. Entre ellas, había una que se hacía eco del rumor de unas supuestas agendas perdidas, que entonces circulaba ya profusamente por Lima. “¿Se le ha perdido una libreta? ¿Cinco libretas?”, interrogó la periodista, que se cuidó, además, de ofrecer todo el contexto de la curiosidad que quería ver satisfecha. Y la señora Heredia contestó: “Tengo todas mis libretas”. De lo que se colige que las libretas que ahora se le atribuyen, así como cualesquiera otras que pudieran aparecer, solo podrían ser falsas.
La primera dama, no obstante, al enfrentar ahora la misma pregunta, ya no es tan terminante: se ratifica en que ella ‘desconoce’ las agendas específicas que se exhibieron en el reportaje periodístico, dice que no son suyas..., pero evade la demanda de si se le ha perdido alguna libreta en general.
¿Por qué resulta este detalle importante? Pues, en primer lugar, porque se contradice con lo declarado al respecto por su abogado Eduardo Roy Gates, quien el domingo pasado afirmó en la televisión: “Se ha denunciado la pérdida de apuntes, libretas, documentos, vouchers de pasajes de avión”. Y en segundo término, porque más tarde, el brusco reconocimiento de las libretas como propias –aunque robadas– podría constituir una segunda línea de defensa, en la eventualidad de que la primera –las agendas “no son de mi propiedad”– se demostrase falsa. La nueva versión sería algo así como: ahora que he revisado bien, veo que después de todo sí me faltaban unas agendas, pero no recordaba que tenían ese aspecto.
Pero, claro, el hipotético reconocimiento tardío de que las libretas sí son suyas no sería lo mismo que admitir que todo lo que figura en ellas brotó de su puño y letra. Lo que nos lleva directamente al tercer argumento. Es decir, al de las “pruebas contaminadas”.
Como es obvio, solo se puede contaminar lo que fue puro o verdadero alguna vez. Pero, como hemos establecido, si a la señora Heredia nunca le robaron agenda alguna, las que están en poder de la fiscalía solo podrían haber sido fraguadas; esto es, falsificadas de cabo a rabo, ‘impuras’ de origen. ¿Qué se habría contaminado entonces? Lógicamente, nada. Y si esto es así, ¿por qué hablar tan persistentemente de una supuesta contaminación?
Pues la verdad es que la imprecisión de la primera dama hace pensar nuevamente en la eventual preparación del terreno para la segunda línea de defensa. A saber, aquella en la que se tendría que admitir la propiedad de las agendas, pero se pasaría a negar la autoría de algunos de los apuntes que figuran en ellas.
¿Podría la explicación de esas ambigüedades y contradicciones en los descargos de la esposa del presidente ser otra? Quizá. Pero mientras ella solo responda a las preguntas sobre el particular con irritados ambages, es legítimo sospechar que no.