En medio de la pugna electoral, el aspirante presidencial de Acción Popular, Alfredo Barnechea, ha tocado en estos días una fibra sensible para Verónika Mendoza. Él ha dicho: “Creo que ella es chavista, ¿no?”. Y luego: “Defendió al régimen de Maduro, ¿no?”. Para finalmente sentenciar que, a su entender, el actual Gobierno Venezolano “es una dictadura” y que “ha faltado a las normas fundamentales del respeto al pluralismo político”.
El comentario hizo mella y la prueba la dio la airada reacción de Mendoza. “No me esperaba que los representantes de Acción Popular caigan en un nivel tan bajo”, clamó. Y dijo también que se trataba de una descalificación propia del aprofujimontesinismo.
La verdad, sin embargo, es que lo señalado por Barnechea no es nuevo. Hace tiempo que desde los medios se viene llamando la atención sobre las indulgencias de la postulante del Frente Amplio (FA) con respecto al tipo de gobierno que existe en el país llanero y su absoluta incapacidad de llamarlo ‘dictadura’.
Lo que pasa es que, ahora que ha tenido un repunte en las encuestas, su opinión sobre un régimen en el que se viola permanentemente la independencia de poderes, se hostiliza a la prensa crítica, se apresa y tortura a los opositores, y se busca por todos los medios la perpetuación en el poder, ha dejado de ser un dato marginal y se ha convertido, más bien, en la prueba ácida de los estándares democráticos con los que podría funcionar un eventual gobierno suyo a partir del próximo 28 de julio.
En ese sentido, resulta fundamental recordar las sistemáticas evasivas con que la señora Mendoza ha respondido a la demanda de si considera al chavismo y su esperpéntica coda –el gobierno de Nicolás Maduro– una tiranía. “No es una dictadura porque no hubo golpe de Estado” o “En Venezuela se han dado procesos electorales democráticos avalados por entidades internacionales”, ha aseverado ella, por ejemplo, olvidando al parecer que elecciones –o, mejor dicho, una macabra parodia de ellas– se celebran también en Cuba o Corea del Norte, sin que a nadie se le ocurra que ese detalle las convierte en democracias.
Pero eso no ha sido todo. “Creo que es importante reconocer que en Latinoamérica se han dado gobiernos que han defendido muy claramente su soberanía [...]. Y creo que en Venezuela, en Ecuador y en Bolivia ha sido positiva esa afirmación de soberanía que en el Perú todavía no hemos hecho”, ha declarado también (con ribetes de anuncio).
Y aun cuando, apremiada por la abrumadora evidencia, ha debido reconocer al menos la existencia de un autoritarismo en el referido régimen, se ha apresurado a añadir que en el FA tampoco van a respaldar “oposiciones golpistas” como la de Leopoldo López (hoy arbitrariamente encarcelado por el gobierno de Maduro). Un prurito que suena impostado en quien estuvo dispuesta a sumarse al proyecto político de Ollanta Humala aun después del respaldo que, en el 2005, este le dio a la intentona golpista encabezada por su hermano Antauro y conocida como el ‘andahuaylazo’.
En general, Mendoza se ha defendido de estos incómodos señalamientos alegando que no cree que “el eje del debate electoral deba ser lo que pasa en Venezuela” o que ellos no van a “calcar el modelo venezolano”. Pero la verdad es que, como Evo Morales en Bolivia o Rafael Correa en Ecuador han demostrado, no hace falta calcar a Chávez al milímetro para poner la democracia de un país en entredicho. Y, en esa medida, sucede que lo que ella piense sobre lo que pasa en Venezuela está ahora precisamente en el eje del debate.