En poco más de cinco meses, los peruanos acudiremos a las urnas para votar en una elección trascendental. Trascendental; esto es, no solo por la carga simbólica que significará para la candidatura elegida inaugurar el tercer siglo de nuestro período republicano, sino por el estado particularmente crítico en el que esta tomará las riendas de la administración del país: luego de una larga pandemia que viene dejando más de 30.000 fallecidos, una dura crisis económica en ciernes y un quinquenio lleno de rencillas políticas que tensaron al máximo las costuras de nuestra institucionalidad.
Como si se tratase de una ironía sobre el espíritu de unidad que esta coyuntura debería motivar en nuestra sociedad, hasta el momento hay 24 partidos políticos que podrían terminar en la cédula de sufragio del próximo abril. En consecuencia, esta –como recordaba hace unas semanas nuestro columnista Martín Tanaka– podría terminar siendo la elección con la mayor cantidad de postulantes desde el regreso de la democracia, en 1980 (superando a las 20 candidaturas del 2006). Y, tal y como sostuvimos en este Diario a propósito de la veintena de postulantes que compitieron por la Alcaldía de Lima hace un par de años, cabría preguntarnos si realmente estamos ante diferentes visiones del país –claramente distinguibles entre sí, además–, o si, más bien, nos encontramos ante diferentes deseos de poder.
La semana pasada, por ejemplo, cuestionábamos en este espacio que muchos partidos políticos anunciasen como precandidatos (tanto para sus fórmulas presidenciales como para listas parlamentarias) a personas sin mayor trayectoria política –aunque con exposición pública–, y a ‘invitados’ a los que lo único que parece unir con las organizaciones en las que han recalado es el convencimiento de que pueden correr la carrera electoral con cierto éxito. A esto hay que sumarle ahora el simulacro de democracia interna que vienen preparando varios partidos para definir a sus planchas presidenciales.
Como explicaba ayer nuestro colega Martin Hidalgo, solo cinco de los 24 partidos políticos que hoy asoman como opciones para las próximas elecciones tendrán procesos internos que podrían calificarse de competitivos. Acción Popular, el Partido Morado, el Partido Aprista Peruano, Todos por el Perú y Renacimiento Unido son las únicas organizaciones que elegirán a sus fórmulas presidenciales de entre varias opciones (aunque vale precisar que en el caso de las dos últimas, la votación se realizará entre delegados del partido y no entre los afiliados al mismo). Las otras 19 organizaciones celebrarán ‘elecciones internas’ que solo servirán para ratificar a una única lista, ya sea a través del voto de los delegados o el de los afiliados.
Una cuestión aparte es lo que ha ocurrido dentro de organizaciones como el Frente Amplio y Unión por el Perú. En ambos casos, las listas encabezadas por Marco Arana y José Vega, respectivamente, correrán solas en las internas de sus partidos luego de que la propia organización dejara fuera de carrera a las fórmulas contra las que competían, a través del retiro de la militancia de sus integrantes (por presuntas infracciones).
Por supuesto que si algo ha caracterizado a casi todos nuestros partidos políticos en las últimas décadas, es, justamente, la falta de genuina democracia en el interior de estos. Y que quebrar esa dinámica no es algo que pueda lograrse en un pestañeo. Pero no podemos dejar de lamentar que en un proceso en el que los partidos podían haberse esforzado por hacer competitivas sus internas (por ejemplo, recurriendo al sistema de elección por afiliados, y no por delegados que, en última instancia, mantiene el statu quo de los últimos años; o fomentando la competencia equilibrada entre varias listas), hayamos perdido la oportunidad de que el discurso democrático comience por casa.
Sin partidos políticos fuertes, no puede haber garantía de gobernabilidad. Y sin una genuina democracia interna, no puede haber partidos políticos fuertes.
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