El presidente del Consejo de Ministros, Salvador del Solar, participa en una conferencia de prensa el pasado 27 de marzo. (Foto: PCM).
El presidente del Consejo de Ministros, Salvador del Solar, participa en una conferencia de prensa el pasado 27 de marzo. (Foto: PCM).
Editorial El Comercio

El presidente del Consejo de Ministros, , ha iniciado en estos días una ronda de diálogos con las distintas bancadas parlamentarias a manera de antesala de su concurrencia al pleno el próximo jueves para exponer los planes del Gabinete que encabeza y solicitar el voto de confianza que le permita luego llevarlos a cabo.

Se trata, en realidad, de un ritual con el que cumple todo nuevo primer ministro cuando está por atravesar por el mencionado trance y se lo entiende más como un gesto de urbanidad y buenas maneras democráticas que como una ocasión en la que efectivamente quien está en el Ejecutivo recoge ideas de sus opositores para ponerlas en práctica. Después de todo, fue su programa de gobierno y no el de esas otras organizaciones políticas el que recibió el voto mayoritario en las elecciones.

La cita que debe desarrollarse este lunes entre el nuevo vocero del gobierno y el equipo congresal de (FP), sin embargo, reviste una importancia que excede la dimensión protocolar. No solo porque, dada la composición del Legislativo, sigue siendo muy difícil sacar adelante iniciativa alguna sin la anuencia del fujimorismo (que conserva aún una cómoda mayoría de 55 curules), sino también porque los encuentros anteriores entre los representantes de uno y otro sector fueron inconducentes, cuando no motivo de revelaciones posteriores en las que los interlocutores trataron de dejarse mutuamente mal parados.

Como ejemplo de lo primero, recordemos las dos reuniones entre y cuando todavía era presidente. Y para ilustrar lo segundo, el sabor a conciliábulo que dejaron las de con distintos representantes de FP –entre ellos la propia señora Fujimori–, cuando se supo de ellas.

La pregunta que lógicamente surge tras ese rápido ejercicio de memoria es, por supuesto, por qué esta vez habría de ser diferente. Y la primera respuesta que viene a la mente es que las circunstancias políticas han cambiado. El fujimorismo ya no es la fuerza crispada y altanera que, durante el primer año y medio de este período presidencial, se relacionaba con el oficialismo fundamentalmente a través del desplante. Y, pasada la contienda del referéndum –cuya antesala llevó al país hasta el límite de la votación de una cuestión de confianza–, se esperaría que el Ejecutivo bajase las revoluciones de su carga sobre FP.

No ha sido eso, ciertamente, lo que ha ocurrido. Como sabemos, el humo de los misiles que se han disparado de uno y otro lado ha seguido flotando hasta hace poco. La diferencia ahora, sin embargo, radica en que el respaldo popular que antaño arropaba al jefe del Estado ha comenzado a abandonarlo (según El Comercio-Ipsos, ha perdido diez puntos desde diciembre) y, dado que la aprobación del Legislativo tampoco es confortante, cabría esperar que ambos entiendan que la única manera de sintonizar con la ciudadanía es más bien a través de la formulación de propuestas y directivas claras para los próximos meses en tópicos como la economía, la salud, la educación o la seguridad ciudadana, y no azuzando una pugna política fútil.

En ese sentido, las promesas de diálogo que se han escuchado de uno y otro lado, aunque auspiciosas, son insuficientes (el vocero de FP, , ha anunciado que su bancada va a concentrarse ahora “hacia el logro de consensos”, mientras que el ministro Del Solar ha pregonado que se debe “retomar una práctica que se ha hecho muy difícil en los últimos años en nuestro país, el diálogo”). Lo que se necesita son acuerdos más o menos diáfanos que puedan empezar a tramitarse pronto desde el Gabinete o el hemiciclo y que no se desvanezcan al cabo de unas cuantas semanas, como ya ha ocurrido tantas veces.

En fin, esperamos que el próximo lunes el cónclave entre el primer ministro y FP deje algo más que saludos y sonrisas para las cámaras.