Nicolás Maduro
Nicolás Maduro
Editorial El Comercio

El último lunes, el dictador venezolano deslizó una idea que, a pesar de su gravedad, no pareció levantar mayor revuelo. “Yo le hago una propuesta hoy, 20 de mayo, a las oposiciones: vamos a medirnos electoralmente, […] vamos a elecciones adelantadas de la Asamblea Nacional (AN) para ver quién tiene el pueblo, quién tiene los votos”, anunció el chavista en un evento con sus correligionarios.

Como se sabe, la AN, de mayoría opositora, es el único poder del Estado que no ha sido capturado por la tiranía –a pesar de los esfuerzos que ha desplegado esta para liquidarla– y cuenta con mandato legal hasta diciembre del 2020. La propuesta, sin embargo, no es novedosa, pues el propio Maduro ya había ventilado en febrero pasado la posibilidad de adelantar los comicios legislativos para “este mismo año”.

Ahora bien, ¿por qué Maduro se muestra tan entusiasta con un adelanto de las elecciones legislativas en su país? Siendo sinceros, no hace falta conocer a fondo la situación venezolana para saber que sus razones no tienen nada de democráticas.

Resulta curioso, antes de todo, que Maduro haya mostrado esta baza a pocos días de que se conociera que miembros de su régimen habían establecido contactos preliminares en Noruega con enviados de (el presidente de la AN reconocido como mandatario interino de por más de 50 países, entre ellos el Perú), con el objetivo de tantear alternativas para aliviar la crisis llanera.

Y llamamos la atención sobre este punto porque guarda una peligrosa similitud con lo ocurrido en el 2018, cuando a poco del naufragio de la mesa de diálogo con la oposición en República Dominicana –que, como todos los intentos de diálogo en Venezuela, solo sirvió para darle oxígeno al chavismo–, Maduro llamó a unas sorpresivas ‘elecciones’ presidenciales anticipadas en las que, como era previsible, salió vencedor. Un proceso que no fue reconocido por los países de la Unión Europea, el Grupo de Lima y Estados Unidos, y que, como demostró luego un informe de la ONG Observatorio Electoral Venezolano, exhibía tantas irregularidades que su disfraz de legitimidad solo pudo haber servido para convencer o a los chavistas o a los más despistados.

No hace falta tener dotes de vidente para postular que unas elecciones legislativas hoy en Venezuela solo podrían arrojar un resultado favorable al chavismo. Apenas alcanza con recordar que el poder electoral en el país caribeño está subyugado al régimen, que este controla el sistema electrónico de sufragio a tal punto que la empresa que les prestaba el servicio (Smarmatic) denunció en el 2017 que se habían insertado de manera tramposa más de un millón de votos en las elecciones para la Asamblea Constituyente, que el chavismo utiliza los programas sociales –como el carnet de la patria– para hacer proselitismo pidiendo votos a cambio de comida (aprovechándose de una población afligida por la falta de alimentos) o que los principales líderes de la oposición no podrían tentar a un escaño por estar o bien refugiados en embajadas (como Leopoldo López y Freddy Guevara) o bien exiliados en otros países (como Julio Borges y Antonio Ledezma) o bien inhabilitados electoralmente (como Henrique Capriles).

En pocas palabras, Venezuela es hoy uno de los pocos países en el mundo –junto con Cuba y Corea del Norte– en donde los resultados de las elecciones ya se conocen incluso desde antes de que estas se convoquen.

En síntesis, pues, lo que subyace tras la propuesta de ‘adelanto de elecciones’ de Maduro no es otra cosa que la liquidación del único poder del Estado que emanó genuinamente del voto popular en el 2015 y que ha logrado resistir todos los embates que le ha propinado la tiranía para doblegarlo. Un Parlamento en el que, además, reside la legitimidad que le ha permitido a su presidente, Juan Guaidó, jurar como mandatario interino en apego a la Constitución venezolana, y cuyos miembros han sido perseguidos de manera feroz por el régimen chavista, que ha recurrido a artimañas para levantarles la inmunidad parlamentaria.

Y aunque a estas alturas los desvaríos dictatoriales del chavismo no sorprenden, pasarlos por agua tibia equivaldría a hacerle un favor a la tiranía que busca exactamente eso: que sus exabruptos nos parezcan normales.