(Foto: Presidencia Perú).
(Foto: Presidencia Perú).
Editorial El Comercio

El presidente ha cambiado en los últimos meses su estilo de sostener las riendas del país y, en general, la transformación ha sido positiva. De ser un mandatario extremadamente cauteloso y hasta dispuesto a retroceder en algunas decisiones si encontraba una resistencia muy ruidosa, se convirtió en el líder de causas que, más allá de los problemas de detalle que pudieran presentar al ser formuladas como propuestas legislativas, sintonizaban con las aspiraciones de una mayoría de la población, tal como demuestran hoy las encuestas.

La anunciada reforma de los sistemas de justicia y político ha tocado, en efecto, una fibra sensible en la ciudadanía y le ha permitido recuperar el respaldo que se le estaba escurriendo aceleradamente de las manos: una circunstancia que no parece haber sido vista con simpatía por el fujimorismo y otros sectores políticos, a los que los sondeos de opinión les han traído recientemente noticias más bien ingratas.

Es en ese contexto, desde luego, que se debe interpretar la hostilidad del mensaje de la líder de (FP) divulgado la semana pasada en las redes y también el ‘destape’ sobre la mentira en la que incurrió el jefe de Estado al negar sus reuniones con ella. Y aquí hemos sido claros en expresar nuestra condena al respecto.

Con esa misma claridad, sin embargo, nos corresponde ahora criticar el tono del discurso que pronunció dos días atrás el presidente en Tacna, porque rozó la autocomplacencia y azuzó innecesariamente la confrontación con los ya mencionados sectores políticos de oposición.

“Yo me encontraba a miles de kilómetros de distancia del Perú cuando tuve conocimiento de esa noticia [la renuncia de Kuczynski]; y tuve que regresar en 24 horas, y en 24 horas juramentar el cargo de presidente de la República”, sentenció, por ejemplo.

Quizás el pasaje más llamativo de su mensaje fue aquel en el que describió a los enemigos a los que confronta. “Yo sabía que con esa decisión [la de reformar el sistema político y el de justicia] iba a enfrentarme a grandes intereses. Me iba a enfrentar contra la delincuencia, me iba a enfrentar contra el narcotráfico, me iba a enfrentar contra políticos corruptos, contra jueces, fiscales, que arreglan procesos bajo la mesa”, recitó. Para finalmente rematar con la frase: “Aquí, al lado de Grau y Bolognesi, les digo a Tacna y al Perú que no me van a doblegar”.

Es decir, de acuerdo con sus palabras, no estamos simplemente frente a una persona dispuesta a cumplir con la eventual responsabilidad que asumió al postular como vicepresidente, sino frente a un hombre que recorrió distancias inconmensurables para hacerlo; y ahora, a pesar de tener que lidiar con una coalición de ubicuos antagonistas, está resuelto a ‘morir en el intento’, si fuera necesario (¿no es acaso eso lo que evoca la alusión a Grau y Bolognesi?).

Pues la verdad es que daría la impresión de que esta vez el mandatario olvidó su proverbial discreción y resolvió hacernos notar la dimensión supuestamente heroica de su empresa: un recurso bastante socorrido en la política, pero decepcionante si proviene de la administración que se estrenó afirmando que no se iba a caracterizar “por clisés o nombrecitos”.

Así, en vez de lanzar fórmulas grandilocuentes, el presidente haría bien en recordar que, en tanto líder de todos los peruanos –incluyendo aquellos a los que critica–, lo que esperamos de él es que trace la ruta a seguir para impulsar el crecimiento económico, destrabar los grandes proyectos de inversión y viabilizar la reforma de las instituciones, etcétera. En política, las refriegas son ineludibles, es cierto, pero si se convierten en la norma, terminan paralizando al país, atascando proyectos, postergando decisiones y ralentizando el funcionamiento del Estado.

Al encrespar a la ya encabritada oposición –deslizando que esta contaría entre sus filas a “políticos corruptos”– el mandatario solo hace más difícil la única proeza que en realidad sería heroica: lograr un consenso en torno a las reformas que busca.