Decisiones, cada día, por Arturo Maldonado
Decisiones, cada día, por Arturo Maldonado
Arturo Maldonado

Cada día tomamos decisiones que influyen en nuestro bienestar y cada cinco años vamos a las urnas para tomar una decisión grupal que afecta nuestro destino nacional. 

Teóricamente se dice que las elecciones sirven como un mecanismo para agregar las preferencias ciudadanas. En su forma más simple tenemos a un ciudadano con una preferencia definida basada en un análisis de qué candidato lo beneficiará más en el futuro como gobernante. 

Si todos los ciudadanos votaran así, las elecciones serían un reflejo de las reales primeras preferencias de los votantes. El problema es que existen otras consideraciones más allá del cálculo del beneficio, como la afinidad de un votante por un partido, el apego emocional a un candidato o el cálculo de qué postulante tiene posibilidades de ganar.

En el Perú se sabe que los ciudadanos que votan por afinidad con un partido son un grupo reducido, pero existen, y son quienes elección tras elección marcan el mismo símbolo. Estos votantes corren el riesgo que esta rutinización del voto no abra sus opciones a otros candidatos con mayor potencial de aumentar su bienestar. En este caso la elección no estaría agregando preferencias, sino hábitos.

Otro grupo de ciudadanos es el que baraja su opción final entre un número reducido de candidatos. Esta forma de decisión plantea un reto mayor a la manera en que las elecciones agregan las preferencias. La pregunta es cómo se selecciona a este grupo de postulantes. 

Cuando se discute acerca del voto estratégico, lo que decimos es que los ciudadanos escogen entre aquellos candidatos que tienen opción de ganar o de pasar a la segunda vuelta. En este subgrupo, un votante estratégico podría seleccionar en un segundo paso a aquel postulante que refleje mejor sus intereses o a aquel con el que siente un apego emocional más fuerte. 

Para el votante estratégico, la información electoral es de suma importancia para actualizar la viabilidad de sus candidatos y, por ello, el período de silencio electoral en el que no se pueden difundir encuestas de opinión juega en contra de la decisión para este grupo de ciudadanos. 

El problema con este tipo de decisión es que entran en juego no solo las preferencias del votante, sino también la viabilidad del candidato, por lo que el resultado agregado podría no ser el óptimo. 

En las últimas elecciones generales, el antivoto ha sido un bit de información muy importante para analizar las probabilidades de ganar de los candidatos. Esta antipreferencia indicaría que estos votantes tienen opciones poco preferidas claras y que estarían dispuestos a votar por un candidato que no esté en el pool de opciones que incrementen su bienestar o con el que siente más apego, con tal que esta opción menos preferida no gane. 

El riesgo de este tipo de elección es que el votante no está maximizando su preferencia, sino minimizando sus pérdidas, por lo que el resultado global podría ser el conocido mal menor al que nos hemos acostumbrado. 

Todas estas formas de elegir son válidas, pero tienen pros y contras y no producen la misma agregación de preferencias. Este domingo tendremos otra oportunidad de escoger no solo qué candidato preferimos, sino qué tipo de electores queremos ser: uno que se guía por sus preferencias habituales, uno que sigue una estrategia que se guía de la viabilidad de los candidatos u otro que sigue más a sus antipatías que a sus preferencias. 

A fin de cuentas, uno tiene que ser consciente de que se puede equivocar en su elección, ya sea porque escoge a alguien pudiendo haber otro mejor, o porque deja de escoger a alguien, pudiendo ser este el mejor candidato.