Omar Awapara

Apenas unos días después de que el presidente se presentara en el Congreso para defenderse de una moción de vacancia, el frente social despertó la semana pasada y asoma como una posible fuente de jaquecas para el Ejecutivo. Aunque el Parlamento finalmente censuró por segunda vez a un ministro, el frente político aparece entrampado (o domesticado), a pesar de algunos intentos creativos para buscar fórmulas que requieran no 87 votos, sino 66 (y si se puede menos) para forzar la salida del presidente.

Tras unas semanas movidas, sin embargo, ni la oposición en el Parlamento, ni los hechos trágicos fuera de Lima, ni los 20 o 30 mil espontáneos que salieron a marchar el martes 5 de abril alcanzaron su objetivo. Así, la semana culminó, pero no con la salida de Castillo, sino con varios intentos desde el análisis por entender por qué llegamos aquí, cómo salimos de esto y qué hacemos para romper el ciclo de inestabilidad que nos domina desde hace más de un lustro.

Aunque la salida anticipada de Castillo aparece ya como la narrativa imperiosa (y sensata), no todos precisan lo que seguiría a una nueva presidencia interrumpida. Y acá creo que se abren dos puertas, ambas con rumbo desconocido. En un escenario, que tanto Vergara como Meléndez en sus columnas del domingo en este Diario parecen anticipar o preferir, es que la crisis se contenga dentro del sistema político, y que, en una especie de interludio, haya oportunidades para llevar a cabo algunas reformas que permitan recomponer la competencia y la sanidad política.

Como comentaba Paolo Sosa en un interesante hilo en Twitter, hay cierta incongruencia al confundir el diagnóstico con la solución. A estas alturas, aparece complicado que los propios actores responsables de la crisis encuentren una gota de ecuanimidad y desprendimiento que impulse una salida reformista que, además, no solo no los incluye, sino que iría contra la fuente de su poder.

Tengo también mis dudas sobre si la salida de Castillo, en vista de lo observado en las calles y carreteras en los últimos días y de las encuestas de opinión pública, que desaprueban aun más al Congreso que al presidente, permitiría una transición sin complicaciones.

Desde Chile, donde a raíz de la Convención Constituyente se viene discutiendo mucho sobre los elementos del sistema político, en particular del presidencialismo y los mecanismos detrás de un potencial término anticipado, Christopher Martínez notaba en un reciente artículo en “Tercera Dosis”, basado en un libro que publicó este año, que “facilitar la salida del presidente durante una crisis política no funcionaría necesariamente como una ‘válvula de escape’ sino que, incluso, puede llegar a agravar las tensiones político-sociales”.

En ese sentido, la otra posibilidad que temo, como algo ya irreversible, es que la caída de Castillo termine por traerse abajo la imperfecta que nos gobierna desde hace más de 20 años. Una democracia que venía golpeada, pero al que este con su ineptitud, incompetencia y rapacería terminará por enterrar.

Entre la inflación, la ralentización económica y el desorden social, se crean las condiciones para un rebote autoritario. En la más reciente encuesta de Ipsos-América TV, hay una gran mayoría que expresa sus preferencias, además, por el restablecimiento del orden y el uso de la fuerza en carreteras y protestas. Hace muchos años, Gonzales de Olarte y Samamé acuñaron el término “péndulo peruano” para explicar las oscilaciones en políticas económicas (de proteccionistas a librecambistas) en la historia peruana. Entre la insatisfacción con la democracia en la ciudadanía y la ausencia de élites políticas responsables hay una combinación peligrosa, a la que este Gobierno ha llevado a un punto de ebullición.

Omar Awapara Director de la carrera de Ciencias Políticas de la UPC