¿Cómo medimos el éxito de una economía? ¿En su producción? ¿O en sus ingresos? Cuando evaluamos el progreso de una nación, la costumbre es fijarnos en su producción. La estadística productiva se publica cada mes, pero no pasa un día sin que los medios y los analistas estén proyectando o debatiendo la tendencia de la producción, el llamado “PBI” del país, dato estadístico que se ha constituido en el alfa y omega de la economía nacional. Gracias al Instituto Peruano de Economía, ahora contaremos además con estimaciones mensuales del “PBI” de cada región.
La lógica detrás de esa atención preferente a la producción es evidente. Si bien el objetivo final de la economía son los ingresos, el camino pasa por la producción. Ciertamente, es posible aumentar la riqueza o reducir la pobreza mediante transferencias entre personas o países, sean voluntarias o involuntarias, pero en el mundo en que vivimos lo que manda es la producción. En términos generales, cada uno baila con su pañuelo.
Sin embargo, el baile entre la producción y los ingresos no es tan pegadito como se podría creer. En algunas de nuestras regiones, por ejemplo, hasta parecen estar peleados. En Ica, parangón de la inversión y modernización, el PBI por persona aumentó 8.0 por ciento al año desde 2004, pero el ingreso familiar creció apenas un triste 2.0 por ciento. En Huancavelica ocurrió lo opuesto, con apenas 2.9 por ciento anual de crecimiento de PBI pero un fenomenal 9.0 por ciento de mejora anual en sus ingresos. Cajamarca, duramente criticada por oponerse a la gran inversión minera, tuvo un magro 1.5 por ciento de mejora anual en su PBI en ese periodo pero los cajamarquinos gozaron una sorprendente mejora de sus ingresos de 5.7 por ciento anual. Claramente, el PBI no nos cuenta la historia completa.
Es que no todo lo que se produce en un territorio se queda en los bolsillos de las personas que viven allí. Antes de la reforma agraria, las rentas de las haciendas salían del campo para financiar la vida urbana de sus dueños. Hoy sucede con las utilidades de compañías extranjeras, especialmente las mineras, que si bien pagan una planilla de obreros mineros, y hacen otros gastos locales, al final pueden llevar sus utilidades a sus propios países. De otro lado, el trabajo de migrantes de muchos países aumenta el PBI de otros países, pero engorda el ingreso de sus propios países en la forma de remesas. Las remesas que mandan trabajadores hondureños y salvadoreños a sus casas, por ejemplo, representan un quinto del PBI de sus países.
Esas idas y vueltas de las inversiones y de los trabajadores entre países, se multiplica cuando se trata de regiones. En muchas regiones de la sierra ya es rutina migrar a la costa o selva durante varios meses al año, engrosando así las economías de sus hogares pero no el PBI de su región. La minería representa más de un tercio del PBI de ocho regiones peruanas, pero su aporte a los ingresos locales es mucho menor.
El desarrollo nos lleva en la dirección de una creciente interconexión entre países pero también entre regiones nacionales. La producción es el necesario motor de ese desarrollo pero, paradójicamente, un efecto del progreso será una creciente separación entre la producción y el ingreso.