Con la desaceleración de la economía, el aumento de la productividad está pasando a ser el centro de atención. Si los precios de nuestras exportaciones siguen bajos, la única manera de volver a crecer a tasas de 5% o 6% anual es hacernos cada vez más productivos, o sea, más eficientes en otras actividades. Pero –escuchamos– tenemos un tremendo obstáculo por delante: la informalidad. Más del 70% de la gente trabaja en el sector informal; y, como todos sabemos, el sector informal es menos productivo que el sector formal.
¿Cómo que todos sabemos? Un economista que tome en serio los principios económicos tiene que desconfiar de esa premisa. En una economía de mercado, el capital y el trabajo se desplazan hacia aquellas actividades donde pueden generar mayor valor. Las empresas informales tienen que competir por los recursos que emplean no solamente con otras empresas informales, sino también con las formales. Si fuera tan cierto que un trabajador es más productivo en el sector formal, nadie permanecería mucho tiempo en la informalidad.
Las diferencias son evidentes solamente en la parte baja de lo que podríamos llamar la escala de productividad. Imaginemos una empresa informal que produce una cierta cantidad de cosas con un valor de 100. De allí tiene que salir no solamente para pagarles a sus proveedores, sino también para darles a sus trabajadores lo mínimo que esperarían por trabajar allí y una rentabilidad suficiente a sus dueños para que no abandonen el negocio. Una empresa formal en el mismo rubro y con el mismo personal necesariamente tendrá que ser más productiva. Debe producir, digamos, 130 para que, deducidos los impuestos y contribuciones a las que está sujeta, igual le queden 100 para pagar a sus proveedores y poner en los bolsillos de sus trabajadores y sus dueños las mismas cantidades que podrían obtener como informales.
Podemos sacar la siguiente conclusión: la menos eficiente de las empresas formales será más productiva que la menos eficiente de las empresas informales. Pero no podemos generalizar a todo el universo empresarial.
Hay empresas informales más y menos productivas. Algunas son suficientemente productivas como para asumir los costos de la formalidad, pero tampoco ven ningún beneficio en hacerlo. Lo cual nos lleva a una segunda conclusión: la baja productividad no es la única razón para ser informal.
Obviamente, una empresa informal que sea muy productiva tenderá a crecer; y en algún momento sus posibilidades de seguir creciendo se verán limitadas si se mantiene en la informalidad. Se vuelve demasiado visible. Si no quiere sacrificar su crecimiento y las mayores utilidades que este le reporta a sus dueños, pensará en formalizarse. Pero será su alta productividad la que la lleve a la formalidad, y no al revés.
La idea de que la formalización es un camino para aumentar la productividad de nuestra economía no es nada más que un buen deseo. Las leyes del comportamiento humano se aplican para todos, formales o informales. Todos quieren aumentar su productividad, y andan constantemente buscando la manera de ser más eficientes en lo que hacen. De otro modo no se explicaría cómo esta economía, con 70% de informalidad, ha podido duplicar su tamaño en tan solo doce años. No está mal formalizar, pero no le atribuyamos propiedades mágicas porque no las tiene.