"En los años 90 tuve la oportunidad de trabajar en Haití, en proyectos de marketing contra las drogas". (EPA).
"En los años 90 tuve la oportunidad de trabajar en Haití, en proyectos de marketing contra las drogas". (EPA).
Rolando Arellano C.

En los años 90 tuve la oportunidad de trabajar en Haití, en proyectos de marketing contra las drogas, y el asesinato del presidente me hizo recordar esa experiencia y sacar algunas enseñanzas para el Perú de hoy. Veamos.

En 1803, dieciocho años antes que el Perú, fue la primera nación latinoamericana en proclamar su independencia, debido a la rebelión de los esclavos africanos que eran mayoría, pues los pueblos originarios, básicamente taínos, desaparecieron luego de la colonización europea. Por eso los idiomas oficiales son el francés y el creole, o criollo haitiano, que es una mezcla de francés con palabras y estructura de lenguas africanas.

Pero habiendo sido la más importante colonia del Caribe, la República haitiana fue decayendo sin cese. Recuerdo que en mis viajes siempre llevaba un sentimiento mezclado. Por un lado, ver su cultura mística, sus barrios antiguos con casas de miga de pan y su pintura ingenua (naif), y, por el otro, observar su inmensa pobreza, mayor a la de cualquier barrio pobre de Latinoamérica, que llevaba a mucha gente a una desesperanza pasiva más que a la búsqueda de medios de supervivencia. Pobreza tan grande, menos de 800 dólares anuales per cápita, que los hacia mirar como la tierra prometida a su país vecino, no necesariamente muy desarrollado, República Dominicana. No lo visité después, pero sé que el terremoto del 2010 empeoró mucho más su situación.

Me sorprendía también la poca presencia del Estado, como si administrara solo lo poco que tenía algo de formalidad, mientras el resto malfuncionaba como podía, junto con semigobiernos paralelos de bandas armadas como la de los tonton-macoute, rezagos de la época de los dictadores Duvalier. De hecho, el asesinato del presidente Moise me hizo revivir el momento en que tuve que salir de urgencia, cuando derrocaron a la presidenta Ertha Trouillot, golpe de Estado que el pueblo revirtió luego saliendo a las calles a protestar.

Esos recuerdos me hacen solidarizar con el sufrimiento del hermano pueblo haitiano y traer de él algunos aprendizajes al Perú de hoy. 1. Que los 200 años de independencia que celebramos este mes no significan mucho, si no trabajamos para que se conviertan en desarrollo común. 2. Que la democracia no viene sola, sino que hay que construirla con educación cívica y participación de todos. 3. Que si no elegimos, y controlamos, a gobernantes que respeten las libertades y derechos conquistados, jamás tendremos verdadero progreso y 4. Que nunca debemos perder la esperanza y luchar, hasta el último momento, por defender la verdadera voluntad popular. Porque luego la caída no tiene límites. Que tengan una buena semana.