PPK
PPK
Carlos Meléndez

En las últimas semanas, varios columnistas se han referido a la “idea instalada” de una inmi-nente caída presidencial. Los más osados le han puesto ya la banda presidencial a Vizcarra. En los WhatsApp de los ‘influencers’ políticos, transitan las “evidencias” que sostendrían la “ver-dad incuestionable” del cambio de mando. Aunque sean rumores sin comprobar, dichos tras-cendidos son “exitosos” porque inducen miedo –especialmente entre actores económicos que desconocen las consecuencias de la política del ‘fake news’– y precipitan la bola de nieve de la profecía autocumplida.

La creencia de la “inminente” caída presidencial está “instalada” solo en el café favorito de la opinología. Las encuestas reflejan una opinión pública dividida: un 54% considera que el presi-dente debe renunciar y un 41% favorece su continuidad. Cuando se interroga sobre la vacan-cia, los resultados son similares: 54% a favor de la caída, 43% por la permanencia. Incluso en su artículo de ayer, la cientista política asegura no haber encontrado en su minucioso análisis estadístico “ningún grupo o sector socioeconómico que sea abandera-do de la causa de la renuncia”. Si la calle está desinteresada del destino presidencial –insisto, somos una sociedad desafecta–, ¿cuál es el referente poblacional que tales rumorólogos em-plean para elevar su chisme a “idea instalada”? En todo caso, ¿a qué se debe esta insistencia, digna del repertorio de nuestros folclóricos “psicosociales”? ¿‘Wishful thinking’, intereses y agenda propia? ¿O simplemente es populismo de la opinión?

Para no ser mal pensado, tiendo a creer en la última hipótesis. Diversos estudios de psicología política han demostrado la conexión existente entre la creencia en teorías conspirativas y al-gunas dimensiones del populismo. Una teoría conspirativa se basa en un supuesto innecesario, cuando existen explicaciones más razonables. El populismo, en términos ideacionales, se en-tiende como la búsqueda del protagonismo del “pueblo” enfrentado a las élites malévolas que se protegen entre sí. Quienes tienen esta visión antielitista del funcionamiento de la política tienden a acoger rumores infundados vinculados a la administración del poder como verdades absolutas. Por ejemplo, recordemos que Hugo Chávez suponía que la maldad del establishment mundial –enemigos de la izquierda latinoamericana unida, encarnación del pueblo– habría formulado una estrategia de magnicidio sofisticado en serie contra Cristina Fernández de Kirchner, Dilma Rousseff, Lula, Lugo y él mismo, mediante la “inoculación de cáncer” (sic). Así, la rumorología es capaz de alimentar su propia audiencia populista.

No estoy diciendo que Kuczynski sea inmune a una crisis política definitiva para su estabilidad, pero la probabilidad de una caída presidencial se explica por factores identificados por la lite-ratura especializada –correlación parlamentaria adversa al Ejecutivo, protesta social, escánda-lo político, división en el Gobierno–, como lo han hecho en sus columnas Fernando Rospigliosi y Martín Tanaka. Basar dicho riesgo en rumores es irresponsable y sobre todo peligroso, pues en la gestación de este “ruido político” la frívola opinología expresa una actitud disruptiva con-tra nuestra democracia, tan “golpista” como la que observan estos mismos rumorólogos en “la izquierda más radical” o “el fujimorismo más autoritario”.