La “guerra comercial” del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, contra China se ha prolongado ya durante más de un año y podría intensificarse si las conversaciones actuales no conducen a un acuerdo. Pero mientras tanto, el gobierno de Trump también ha acusado a dos socios estadounidenses de larga data, Turquía y la India, de beneficiarse injustamente del Sistema Generalizado de Preferencias (SGP) de Estados Unidos para los países en desarrollo. Habiendo erigido ya barreras comerciales contra Turquía el año pasado, Estados Unidos ahora revocará el trato preferencial otorgado a ciertas importaciones turcas e indias al amparo del programa.
Según el representante de Comercio de Estados Unidos, “la India ha implementado una amplia gama de barreras comerciales que crean serios efectos negativos en el comercio con Estados Unidos”. De hecho, es un insulto sugerir que la industria estadounidense no puede competir con empresas de menor competitividad en un país de bajos ingresos.
El PBI per cápita de la India –de alrededor de US$1.900 (en dólares del 2010)– es un cuarto del de China y menos de una vigésima parte del de Estados Unidos. Y esta es una mejora considerable del país a comparación de hace unas décadas, cuando la India, como la mayoría de países en desarrollo, era extremadamente pobre, con una tasa de alfabetización extremadamente baja, una pésima infraestructura y un sistema de salud débil. En 1960, el PBI per cápita del país era de apenas US$304.
Tras la independencia de la India, en 1947, el primer gobierno de Jawaharlal Nehru hizo del desarrollo económico una prioridad máxima, y basó sus políticas en la creencia de que los productores indios no podían competir con los de las economías avanzadas. En consecuencia, la India prohibió las importaciones de bienes que podían producirse dentro del territorio nacional e impuso aranceles elevados y restricciones cuantitativas a muchas otras importaciones. No estaba sola. Durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la mayoría de los países en desarrollo, incluidos China y Turquía, hicieron lo propio, al tiempo que establecieron o expandieron significativamente el rol de las empresas de propiedad estatal y limitaron o, ya de plano, prohibieron el de las compañías privadas.
A pesar de todo, sin embargo, para la década de 1990, China, la India, Turquía y muchos otros países en desarrollo habían experimentado décadas de crecimiento decepcionante. Y, dado que el proteccionismo comercial había deteriorado claramente la competitividad de estos países y su rendimiento económico en general, eliminaron casi todas sus restricciones cuantitativas y comenzaron a reducir los aranceles sustancialmente. Al mismo tiempo, muchos países migraron hacia tipos de cambio más realistas, adoptaron políticas para controlar la inflación y relajaron o eliminaron los controles sobre las empresas privadas, al tiempo que reducían el papel de las compañías estatales en sus economías.
Los resultados, entonces, pasaron de buenos a espectaculares. Por ejemplo, en las tres décadas que siguieron a la adopción por parte de Corea del Sur de una “estrategia comercial orientada hacia el exterior” a principios de 1960, los salarios reales –ajustados a la inflación– se multiplicaron por siete. Seúl adoptó un tipo de cambio realista, permitió a los exportadores importar insumos intermedios libres de imposiciones y licencias, disminuyó los aranceles y mantuvo la inflación bajo control.
Del mismo modo, el crecimiento de China comenzó a acelerarse poco después de que introdujo una serie de reformas económicas favorables al mercado a principios de los 90. Finalmente, Turquía, a pesar de ser un importador de petróleo, experimentó la tasa de crecimiento más alta del mundo a finales de la década de 1980, luego de eliminar las políticas proteccionistas que habían regido durante ese decenio.
En todos estos casos, la lección fue clara: el comercio abierto, acompañado de políticas internas apropiadas, es bueno para el crecimiento. Y hay un sinnúmero de razones para entender esto. Puesto que la competencia y la oportunidad de aprender de otros hace que los productores nacionales sean más eficientes e innovadores, las barreras comerciales altamente proteccionistas pueden dar lugar a monopolios escleróticos. Asimismo, los mercados mundiales permiten economías de escala en la producción y brindan a los exportadores la cantidad y el tipo de insumo que necesitan –y precisamente en el momento en el que lo necesitan–, al precio más bajo.
En conjunto, los países que han buscado una mayor apertura económica han disfrutado de mejores resultados nutricionales, educativos y de salud en sus ciudadanos, así como una mayor productividad e ingresos. Mientras que aquellos que no lo han hecho –como Rusia, Corea del Norte y algunos países del África– han tenido un mal desempeño.
Para que una estrategia orientada hacia el exterior tenga éxito, los políticos deben abstenerse de regular en exceso la economía, y las actividades económicas privadas deben tener lugar en condiciones de igualdad. Si un país grande como China interviene de maneras que afectan el mercado mundial –como, por ejemplo, a través de un subsidio a la producción de acero– la mejor política es una respuesta multilateral. En una economía global interconectada, todos los países deben trabajar juntos.
La administración de Donald Trump no está de acuerdo. Pero sus quejas sobre aranceles “injustos” en otros lugares son difíciles de tomar en serio dado que Estados Unidos está levantando sus propias barreras comerciales. Si la historia sirve de guía, el enfoque comercial actual de EE.UU. dará como resultado un deterioro del desempeño económico del país, porque implica que las industrias del ayer serán consentidas, mientras que las del mañana quedarán privadas de inversión.
La gran ironía de todo esto es que si China, la India y otros países en desarrollo continúan eliminando las barreras proteccionistas y creando una cancha en igualdad de condiciones, se volverán más fuertes y competitivos que Estados Unidos. Como una democracia con una economía en rápido crecimiento, la India debería ser un amigo natural de EE.UU., y no solo en sus esfuerzos por contener a China. La decisión de la administración Trump de elegir al país, por lo tanto, no tiene sentido.
De hecho, detrás de todos los movimientos comerciales de Trump radica un negocio perverso. Estados Unidos está esencialmente amenazando con dañar su propia economía a menos que otros países eliminen sus políticas proteccionistas y se vuelvan más competitivos. Pero si el objetivo es proteger a los productores estadounidenses de la competencia extranjera, el gobierno de Trump debería hacer exactamente lo contrario: alentar a las economías en desarrollo a aumentar su dependencia de empresas estatales poco eficientes, protegerse contra la competencia extranjera y permitir la interferencia política en la economía. Eso, combinado con una mayor inversión en investigación básica, educación e infraestructura, aseguraría la primacía económica mundial de Estados Unidos durante las próximas décadas.