Diciembre en Mesa Redonda evoca nostalgia y adrenalina, con luces navideñas y bullicio de compradores. Sin embargo, también reabre heridas del pasado: el incendio del 2001 que causó la muerte de más de 400 personas. Veintitrés años después, la situación actual muestra que las lecciones de esa tragedia se han desvanecido ante la informalidad y el descuido.

Los ambulantes ocupan cada espacio, bloqueando calles y aceras. Las galerías están abarrotadas y los pasillos de escape se han convertido en improvisados puestos de venta. La venta clandestina de pirotécnicos aumenta sin control, una ironía considerando que estos explosivos causaron el desastre de hace dos décadas.

El 24 de diciembre, en Tambo, Ayacucho, una chispa causó un incendio en una feria navideña debido a que menores jugaban con pirotécnicos cerca de productos inflamables.

Parece que las imágenes de cuerpos calcinados, familias destrozadas y un centro histórico en cenizas se han borrado de la memoria colectiva. La sociedad camina entre la multitud como si no hubiera peligro, comprando a vendedores informales y aceptando como normal lo que debería indignarnos.

Estamos jugando con fuego. Mesa Redonda es una bomba de tiempo. Es hora de exigir responsabilidad. La sociedad y, sobre todo, las autoridades deben tomar conciencia y rechazar la informalidad que pone en riesgo la seguridad. No se trata de culpar a unos pocos, sino de entender que todos somos parte del problema y de la solución para evitar que la historia se repita.

Si queremos que nuestra especie logre la gloria civilizatoria, debemos empezar a proteger el futuro desde ahora.
Franca Alatrista Valdivia es estudiante de Comunicación y Periodismo

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