Ilustración: Mónica González
Ilustración: Mónica González
Mario Ghibellini

Alguien tenía que salir a defender la apuesta de este gobierno por la adenda al contrato para la construcción del aeropuerto de Chinchero. Alguien tenía que aclarar a nombre del Ejecutivo que lo que pudiera decir al respecto un informe de la Contraloría no se convertía automáticamente en verdad consagrada. Alguien tenía que intentar poner a salvo a una ficha política tan importante de esta administración como Martín Vizcarra frente a una oposición que no ocultaba sus ganas de censurarlo sin importar lo que dijera. Y la idea de que ese alguien fuese el presidente del Consejo de Ministros, Fernando Zavala, parecía adecuada… Pero, como es obvio, eso tendría que haber sucedido antes de que Vizcarra se sintiese compelido a renunciar y a anunciar que se ‘dejaban sin efecto’ el contrato y la adenda, y no dos días después como ha ocurrido ahora.

LOS ALIVIOS DE PPK
Excepción hecha de los antiguos ‘minions’ con fajín de la señora Heredia, existe un vasto consenso entre quienes se han ocupado de este problema en el sentido de que el contrato original estaba plagado de inquietantes defectos. Si la adenda propuesta los salvaba todos, en cambio, es materia de disputa. Pero el gobierno se mostró tajante sobre el particular desde el principio.

“Aquí se ha saneado el proyecto y por eso queremos ir adelante y no dejarnos intimidar”, declaró públicamente el 30 de enero pasado el presidente Kuczynski, empujando la mano de un Vizcarra que empezaba a vacilar sobre la conveniencia de firmar el nuevo documento, tras las primeras carraspeadas de la Contraloría y el eco que habían encontrado en el Congreso. Y cualquiera habría supuesto que detrás de esa contundencia había no solo una evaluación de los eventuales escenarios de riesgo que la situación abría (y un bosquejo de respuesta a cada uno de ellos), sino una determinación a dar, desde la presunta y lujosa superioridad ‘técnica’ que el ‘ppkausismo’ ostentaba frente a sus críticos y detractores, una batalla sin cuartel a las objeciones que se juzgaban deleznables.

Pero, como se sabe, no fue eso lo que ocurrió. A raíz de la irrupción de la emergencia de El Niño costero, el asunto fue puesto a dormir un breve sueño, acunado por encuestas discretamente halagüeñas… y cuando todos despertaron en Palacio, descubrieron que el monstruo todavía seguía ahí.

No fue ello suficiente, sin embargo, para que desde ese mismo centro del poder se lanzara inmediatamente a la caballería a rescatar a un Vizcarra que caminaba derecho hacia el desfiladero donde lo esperaban todas las tribus de la oposición para escabecharlo. Aparte de expresar su confianza en que sus ministros contestarían
todo lo que se les preguntase en el Parlamento, el presidente pareció en los últimos tiempos más motivado por la posibilidad de elogiar a los perritos ‘tan lindos’ que se le cruzaban por delante cuando debía abordar la materia frente a las cámaras en algún poblado del país.

La caballería, como hemos visto, solo fue desplegada dos días después de la catástrofe. Cuando ya todos estaban muertos y, entre los humos del incendio, PPK había salido a decir: “Para mí es un gran alivio que ahora Martín tendrá más tiempo para ayudarme en todo el tema de las regiones”. Así las cosas, lo único que cabe preguntarse es si todo esto es improvisado o tendrán un libretista.

Esta columna fue publicada el publicada el 27 de mayo del 2017 en la revista Somos. Mario Ghibellini se ausentará de la revista Somos durante el mes de junio.