Cumplidos cien días de la instalación del nuevo gobierno (lo que, en rigor, ocurrió recién este viernes 4), casi todos los actores políticos de relevancia han recibido un balance. Se lo obsequió a sí mismo el presidente Kuczynski, se lo han encajado también a Keiko, en tanto reina y señora de la oposición criolla; y hasta a la representación nacional, a pesar de su composición diversa y cambiante, le ha tocado uno.
A Fernando Zavala, sin embargo, hasta ahora nadie le ha entregado una evaluación de su performance como primer ministro y la verdad es que, aunque solo fuese por una cuestión de equidad, creemos que la merece.
Leyendas urbanas
Alguien podría pensar que la mayor dificultad de acometer semejante ejercicio radica en la necesidad de distinguir la gestión de Zavala de la del presidente, pero el asunto no es tan complicado. Basta con concentrarse en las contradicciones que se pudieran haber producido entre ellos en estos meses y ver qué rol jugó cada cual en ellas para hacer una correcta distribución de las responsabilidades. En ese sentido, además, el material de trabajo del que disponemos es abundante, porque vaya que se han contradicho...
El caso más claro, por supuesto, fue el de la definición de si Carlos Moreno era funcionario público cuando realizó sus “coordinaciones indebidas” en Palacio -como se recuerda, Zavala dijo que sí y Kuczynski, que no- , pero ha habido también otros cortocircuitos, apenas disimulados bajo el disfraz de ‘aclaraciones’ del premier sobre lo que el mandatario quiso expresar en tal o cual circunstancia.
Vienen inmediatamente a la memoria los casos de la marcha al Congreso a la que PPK convocó a los trabajadores de Doe Run, así como su comentario sobre la necesidad de ‘jalarse’ a algunos congresistas del fujimorismo y su afirmación de que no le preocupaba “un poquito de contrabando”. En todos esos trances, Zavala tuvo que salir a balbucir algún trabalenguas explicativo que más probabilidades tenía de generar lástima que credibilidad en la ciudadanía, pues era evidente que el primer objetor de tanta necedad era él mismo. Pero hay más.
Una persistente leyenda urbana habla, por ejemplo, de un Zavala opuesto a continuar con el empeño de organizar los Panamericanos del 2019 (para dedicar el dinero que ello demandará a necesidades más urgentes de seguridad o salud), o convencido de que el ‘affaire Moreno’ debía destaparse ante la opinión pública el mismo día en que se descubrió (en lugar de tratar de camuflarlo con cuentos sobre el exceso de trabajo que habría precipitado la renuncia del asesor), al que sin embargo el jefe de Estado desoye para privilegiar una agenda ‘política’ en la más pobre de sus acepciones. Esto es, la que supone anteponer aquello que beneficie la popularidad del gobernante de turno a cualquier otra consideración.
Incapaz de amenazar con una renuncia a quien le inspira una devoción filial, Zavala bajaría entonces la cabeza a la espera de la colisión que lo obligará luego a ensayar un enésimo trabalenguas, mientras rumia el presentimiento de que el resto de sus días al frente del premierato serán tan solitarios como los cien primeros.
Pero, claro, eso es solo una leyenda. El balance a partir de los datos duros confirma, en cambio, que en este particular, como en tantos otros, estamos felizmente ante un gobierno de lujo.
Esta columna fue publicada el 5 de noviembre del 2016 en la revista Somos.