"El proceso electoral del 2020 o el 2021 (dependiendo de cómo acabe el pulseo entre Vizcarra y la mayoría congresal) será también necesariamente una apuesta..." (Ilustración: Mónica González)
"El proceso electoral del 2020 o el 2021 (dependiendo de cómo acabe el pulseo entre Vizcarra y la mayoría congresal) será también necesariamente una apuesta..." (Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

Toda elección es una apuesta. La gente suele decir “yo aposté por tal candidato en tal año (y perdí)” con la sensación de que está recurriendo al lenguaje figurado, pero la expresión es literal. Al votar por alguien, nos arriesgamos; sobre todo si ese alguien acaba llegando al poder. Y vaya que podemos perder plata. No como la pierden los que ‘apoyan’ financieramente a un postulante que luego termina quinto, sino a través de la merma que sufre nuestro pequeño, mediano o gran patrimonio gracias a las estulticias que el fulano al que respaldamos en las ánforas comete una vez que se ha ajustado la banda presidencial. Piense el amigo lector en sus últimas experiencias en la cámara secreta y en las consecuencias que esos actos –comprensiblemente furtivos– le acarrearon, y comprenderá cabalmente la idea que planteamos.

En ese sentido, el proceso electoral del 2020 o el 2021 (dependiendo de cómo acabe el pulseo entre Vizcarra y la mayoría congresal) será también necesariamente una apuesta... Solo que viendo la baraja de políticos que asoman como probables participantes en la justa, uno tiene la impresión de que mejor sería pagar nomás por delante una cifra que cubra las inexorables pérdidas que sufrirá por obra del futuro gobernante y salir corriendo del casino.

Si no lo cree, acompáñenos a darle una mirada a la manito perdedora que la providencia parece dispuesta a repartirnos.

—¡Vote por el PLOP!—

Descartemos, para empezar, a los o las entusiastas que quizás se animen a tomar parte en la puja pero no tienen pinta de poder figurar entre los o las finalistas (la corrección política llevada hasta sus últimas consecuencias gramaticales es agotadora).

¿Se lanzará, por ejemplo, Keiko Fujimori si sus problemas legales se han despejado para cuando haya que inscribir las candidaturas? Es dudoso, pero si lo hace, le auguramos un destino que le hará añorar sus performances del 2011 y el 2016. Aunque, a lo mejor, su máxima aspiración consistiría sencillamente en obtener más votos que Daniel Salaverry, en cuyo caso sus opciones serían buenas.

¿Hablará en serio, por otro lado, la congresista Vilcatoma cuando dice que ella también quiere tentar suerte en la competencia presidencial? Es posible, pero primero tendría que conseguirse un partido que esté dispuesto a llamarse el PLOP y ganarles las internas a Pepe Cortisona y el ‘Roto’ Quezada.

En fin, en esa misma categoría habría que colocar a Daniel Urresti, Andrés Hurtado, Karina, Timoteo y cualquier otro animador que de pronto quisiera salirse de la pantalla para enrumbar hacia Palacio.
Existen, en cambio, otros virtuales postulantes que sí tienen opciones de pelear por lo menos un puesto en el podio de las medallas. Ahí están, sin ir muy lejos, los candidatos intelectuales, como Barnechea o César Acuña que, a fuerza de librazos y frases célebres pronunciadas en conferencias, inauguraciones o velorios, han logrado llamar la atención de la ciudadanía y cualquier día vuelven a despegar en las encuestas. Después de todo, una persona es candidata cuando logra su candidatura.

Los más activos en el afán proselitista, sin embargo, son los dos líderes políticos que se plegaron a la marcha de la semana pasada y ahora tratan de sumar hasta a los reporteros y los policías allí presentes a la cuenta final de la concurrencia para disimular el panzazo que se dieron. Nos referimos, claro, a y , que parecen haber despertado de la hibernación (en la que, con breves intervalos, estuvieron sumidos desde el 2016) para demostrar que el don de lenguas no es solo un cuento de cristianos alunados.

—Se viene el proyecto Halley—

La señora Mendoza, recordemos, ha denunciado en estos días que alguien “nos quiere hacer creer que por [lo sucedido en] Tía María se caerán las inversiones”. Una pretensión loca por donde se la mire…

Como lo es también aquella de presentarla como una cruzada de la antiminería, cuando todos sabemos que lo único que exige es ponerle a la actividad extractiva algunos parámetros. ¿Qué tal, por ejemplo, si los trabajos solo pueden iniciarse cuando pasa el cometa Halley en año bisiesto? Ahí le dejamos la idea para que la discuta con Vladimir Cerrón, Gregorio Santos y todos los buenos muchachos con los que está tratando de forjar un acuerdo para las próximas elecciones.

Julio Guzmán, por su parte, ha sentenciado recientemente que “los peruanos no nos merecemos la incertidumbre”, y en esta pequeña columna no podríamos estar más de acuerdo. El problema, no obstante, es que eso es lo único que él genera cuando se le piden precisiones sobre su posición política. ¿O sabe alguien de algún asunto de peso sobre el que se haya pronunciado de manera definitiva? ¿La consulta previa y los ya mencionados proyectos mineros tal vez? ¿Los mecanismos para combatir la corrupción en el Estado quizás? ¿La reconstrucción del norte ‘más que sea’? No; sobre esas materias y otras, el líder del partido morado avanza y retrocede recitando generalidades del tipo “no se puede tener decisiones unilaterales, sino ponerse de acuerdo con mucho tacto” o “es momento de la unidad nacional contra la corrupción” y listo. Solo el proyecto de adelanto electoral es capaz de arrancarle rugidos a favor que, si uno fuera malicioso, diría que son interesados.

La verdad, en suma, es que la revisión de la baraja de candidatos que nos podrían deparar las elecciones adelantadas es como para pedir que las atrasen. Y no porque uno quiera quedarse por más tiempo que el estrictamente necesario con el inoperante Vizcarra, sino porque apostar a sabiendas de que solo se puede perder no es una operación a la que provoque precipitarse.