"El tío se las trae", por Mario Ghibellini. (Ilustración: Mónica González)
"El tío se las trae", por Mario Ghibellini. (Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

El congresista Manuel Dammert es un resabio de otros tiempos. En la época en la que él comenzó a militar en el comunismo, la democracia era considerada en ese ambiente una exquisitez pequeño-burguesa y la supresión de las libertades, un inconveniente menor en la ruta para establecer un orden social ‘más justo’. Lo que se llevaba en la izquierda de aquel entonces era la tesis del partido único y la defensa caradura de las sanguinarias satrapías marxistas. Era la época también en la que el Tío Johnny hacía bailar a las ‘chi-chi-chicas’ en su programa a go-gó. Y hoy, a la distancia, los dos fenómenos se confunden. 

Bailen conmigo
Como es de conocimiento público, el referido parlamentario difundió esta semana un pronunciamiento sobre la situación de Venezuela que deja en claro que él sigue siendo el mismo de antes. No vamos a gastar aquí más tinta para describir la pesadilla totalitaria en la que Maduro y el chavismo han transformado a ese país. Pero conviene que el lector tenga esa imagen en mente para comprender la dimensión de la distorsión en la que Dammert incurre al describir la reciente ‘elección’ de la Asamblea Constituyente –impuesta ilegalmente por ese régimen para arrebatarle el poder legislativo al Congreso de mayoría opositora– como “una jornada en la epopeya democrática de un pueblo por su libertad y la paz”. O cuando llama a la resistencia a ese atropello “terrorismo fascista que utiliza ‘guarimbas’ asesinas” y “promueve saqueos y realiza boicot económico” para provocar la reacción del ejército y así “justificar la invasión militar yanqui”.

La regresión bolchevique del representante de Nuevo Perú ha ocasionado, por supuesto, incomodidad dentro de esa organización (que se promociona como un conglomerado libre de las atávicas pulsiones tiránicas izquierdistas), por lo que han aparecido por ahí algunas opiniones que intentan desmarcarse de ella… pero sin éxito. 

La parlamentaria Marisa Glave, por ejemplo, al tiempo de reconocer la ilegitimidad de la Asamblea Constituyente impuesta por Maduro, ha escrito en su cuenta de Twitter: “Sobre Venezuela no tenemos consenso”, como si dijera ‘ampay me salvo’. Pero la cosa no es tan sencilla: aquí estamos hablando de lo que define o no a una democracia y a un estado de derecho, y si no hay ‘consenso’ al respecto en un partido político en ciernes, están perdidos. O, lo que es peor, están dando noticia de lo poco importante que es ese ingrediente en el modelo de sociedad que quieren para el Perú. 

La verdad es que es muy sintomático que ni la amiga Glave, ni Verónika Mendoza, ni Indira Huilca hagan un corte severo con el exabrupto de Dammert. No sabemos si por sintonía (no olvidemos que, como Keiko al hablar del fujimorato, algunas de ellas han llamado ‘errores’ a actos criminales y voluntarios cometidos por la dictadura cubana) o por no chocar con la figura patriarcal que el viejo dirigente comunista representa dentro del espacio político en el que se mueven, le están siguiendo dócilmente el paso que marca. Como hacían las ‘chi-chi-chicas’ con el Tío Johnny hace 40 años. 

Tremenda ironía que desvirtúa la reivindicación femenina que suele impregnar el discurso de todas ellas y que hace volver los ojos con alarma hacia este ‘tío’ que, más que traérselas, las arrastra en su ‘revival’ estalinista.

Esta columna fue publicada el 05 de agosto del 2017 en la revista Somos.