(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

El presidente del Consejo de Ministros ha obtenido esta semana la confianza del Legislativo, pero afirmar que goza de ese mismo estado de gracia dentro del Ejecutivo sería un poco aventurado. Para empezar, nadie arriesga a un premier que juzga imprescindible en una jugada política que puede resultar mal… Y, vamos, la que emprendió el presidente con la cuestión de confianza tenía algunas probabilidades de salir chueca. El fujimorismo podía ponerse necio, retacear los votos aprobatorios en cantidad suficiente y listo: el señor tenía que devolver el bonito fajín que luce en las ceremonias oficiales e irse a su casa a soñar con universos paralelos y lo que pudo haber sido si este mundo cruel no lo fuese tanto.

Eso, para empezar. Pero, en realidad, las señales de que su situación en el gobierno es precaria asoman por diversos lados.

—Firmas con aguadito—

Conviene notar, como consideración general, que Villanueva fue un primer ministro pensado para un escenario político distinto al que se vive hoy. A saber, uno de convivencia y no de confrontación con el fujimorismo. No olvidemos que, cuando impulsaba la segunda moción para vacar a Pedro Pablo Kuczynski, acudió de madrugada a recolectar las firmas que le faltaban al local de y por poco lo reciben con el aguadito.

Por eso, después, con Vizcarra ya convertido en jefe de Estado, las mesnadas naranjas no le cayeron encima cuando asumió la Presidencia del Consejo de Ministros a pesar de que había dado su palabra de que no lo haría. Por eso el sector más nostálgicamente ‘ppkausa’ de la bancada oficialista, con Meche Araoz a la cabeza, le dispensaba y le dispensa todavía un rencor jarocho. Y por eso durante los primeros meses de esta administración el presidente y él parecían a punto de decirle ‘con permisito’ a la mayoría parlamentaria antes de adoptar cualquier medida y dispuestos a retroceder si alguien tosía.

Pero luego, mientras la aprobación presidencial se encogía aceleradamente, vinieron la resistencia fujimorista a la iniciativa para que la SBS supervisase a las cooperativas de ahorro y la ‘ley mordaza’; y de alguna manera, Vizcarra comprendió que tenía que cambiar. El mensaje de 28 de julio fue la manifestación de ese necesario cambio. Pero trajo la inevitable consecuencia de dejar a Villanueva en una posición incómoda, pues a la hostilidad interna que padecía debió sumar de pronto la ojeriza de sus antiguos amigos externos.

Desde entonces, el primer ministro ha dado la impresión de no estar muy al tanto de lo que ocurre en el círculo más íntimo del poder y, hasta antes de su presentación en el Congreso, andaba un poco desaparecido. Basta leer, además, el conciliador artículo que publicó el domingo pasado en estas páginas en torno a las reformas pendientes en el Legislativo para darse cuenta de que no estaba enterado de la bomba que iba a lanzar el presidente ese mismo día por la noche.

Los rumores, en realidad, hablan de un cortocircuito en la cumbre, y de que lo único que frenaría a Vizcarra de licenciar en este momento a su disminuido colaborador serían las pocas ganas que tiene de ofrecerles su cabeza a ‘los corruptos’. En esa medida, cuentan los iniciados, estaría dispuesto a esperar un tiempo prudencial antes de operar el cambio. Hasta diciembre, digamos.

Y si, ocurrido eso, en el Parlamento se ponen melindrosos para concederle el voto de investidura a su sucesor, mejor, porque entonces sí que le habrían negado la confianza a un Gabinete por segunda vez…
Todo eso, sin embargo, si los oráculos no mienten, lo verá el señor Villanueva ya de lejos y en otra vida, a pesar de sus recientes esfuerzos por sonar más radical que el presidente. Y mientras sueña, eso sí, con universos paralelos y lo que habría podido ser si este mundo cruel no lo fuese tanto.