Justiniano Justo Vilca, sacristán de la iglesia de San Francisco de Asís, se queda sin aliento cuando sube a la única torre del templo y contempla la ciudad a sus pies. No es la belleza de las calles ni la del paisaje ayacuchano lo que lo ahoga, sino el esfuerzo que le demanda subir los más de 60 escalones de piedra que conducen de la nave del coro al campanario.
“Hay tantas cosas que han cambiado. Los fieles, la ciudad, las costumbres”, comenta el sacristán de 81 años, mientras se esfuerza por recordar la última vez que hizo repicar la enorme campana de bronce de 2,15 metros de alto y casi 6 mil kilos que corona la torre.
Hasta hace cinco años, en Huamanga, la ciudad de las 36 iglesias, el sonido de las campanas era casi tan común como el trino de los pájaros. Sonaban para llamar a misa, para anunciar la llegada del mediodía o para celebrar un acontecimiento como la resurrección de Jesús cada Semana Santa. Sin embargo, como aclaran representantes de cinco templos, el crecimiento urbano y la avanzada edad de quienes se encargan de dicha tarea hace cada vez más esporádico el repicar del metal, pues se considera molesto.
POCOS, PERO SON
“La Semana Santa ayacuchana ha perdido su esencia, tanto por la borrachera de la gente como por el olvido de muchas costumbres católicas”, observa Mario Cueto, director regional de Cultura. Para el funcionario, cualquier cambio en estos ritos, aunque imperceptible para la mayoría, podría representar un problema a largo plazo, pues Ayacucho ostenta el título de Capital de la Semana Santa en el Perú (2002).
En el convento de Santa Clara de Asís, sor María Gloria y sor Consuelo, monjas de clausura, comparten la opinión de Cueto. “Aprovechamos el frío de estar en la torre para tocar las campanas para ofrecerlo como sacrificio por cuánto ha cambiado Ayacucho”, afirma la segunda, quien lleva 37 años jalando del badajo de Inmaculada, la más grande y antigua (fue forjada en 1571) de las ocho campanas del convento.
Para Feliciano Rivera, párroco de la iglesia de Santo Domingo, mantener la tradición de Semana Santa incluye, además de las campanas, las matracas españolas con las que se llama a la liturgia del Jueves Santo al Sábado de Gloria.
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