Yván Pereyra de tuvo que recorrer en bicicleta casi 1.000 km. de desierto costeño. (Foto: Archivo personal)
Yván Pereyra de tuvo que recorrer en bicicleta casi 1.000 km. de desierto costeño. (Foto: Archivo personal)
Jorge Malpartida Tabuchi

Después de estar varado por cinco semanas en debido a la cuarentena por el , Yván Pereyra Gutiérrez, un diseñador textil de , subió a su bicicleta e inició el viaje de retorno hacia la capital. Demoró seis días para volver a casa y en varios tramos tuvo que dormir a la intemperie. Pese a las penurias y el cansancio, en el camino encontró a varias personas solidarias que le ayudaron en su travesía en la carretera.

Pereyra había llegado a la Ciudad Blanca a inicios de marzo para hacer unos trabajos de bordado y costura. Luego de que el Gobierno, como parte del estado de emergencia para frenar el avance del , decretara la cancelación del transporte interprovincial, se inscribió en la lista de traslados humanitarios del Gobierno Regional de Arequipa (GRA).

A mediados de abril ya había más 15 mil inscritos en las listas del GRA para retornar a sus regiones. Unos 1.200 buscaban trasladarse a Lima. Pasaron varias semanas y a Yván nunca le confirmaron un espacio en uno de los buses, así que, pese a la prohibición de movilizarse entre regiones, decidió hacer el viaje por su cuenta debido a la necesidad de regresar con su familia.

La fuerte radiación y las extremas temperaturas que llegan hasta los 30°C al mediodía, hicieron más complicado el viaje (Foto: Archivo personal).
La fuerte radiación y las extremas temperaturas que llegan hasta los 30°C al mediodía, hicieron más complicado el viaje (Foto: Archivo personal).

Muy temprano, el lunes 20 de abril, guardó una botella con agua y unas frutas en su bolso, y se montó sobre su bicicleta. Desde hacía cinco años que practicaba el ciclismo de montaña pero nunca había hecho una ruta tan larga: debía cruzar casi 1.000 km. de desierto costeño.

Después de pedalear sin parar, y perderse en un tramo, llegó a las 10 p.m. a Majes-El Pedregal, a unos 100 km de la capital arequipeña. No había hospedajes abiertos en el distrito y tuvo que dormir, sin probar alimento, sobre un cartón en la vereda. A la mañana siguiente, retomó su camino hasta llegar a la ciudad de Camaná (a más de 80 km de El Pedregal) en donde durmió, nuevamente, sin comer nada, sobre la arena, protegido del viento por el muro de un grifo.

“En la ruta he visto familias varadas, caminando con sus hijos pequeños e inclusive bebés a la espalda. Algunos, inclusive, avanzaban por la pista durante toda la noche”, cuenta Yván a El Comercio.

Ruta complicada

Javier Estrada Meza, integrante de Wayqui Bikers, grupo de ciclistas de Arequipa, explica que la ruta hacia Lima desde la Ciudad Blanca es de alta complejidad debido a que se viaja con el viento en contra. La fuerte radiación y las extremas temperaturas del desierto costero, que llegan hasta los 30°C al mediodía, hacen más complicado el viaje.

“Pocos hacen este recorrido de un tirón, en menos de una semana, porque es extenuante. Lo recomendable es parar en los pueblos y descansar al menos unos días antes de seguir el viaje. Eso es lo recomendable para no forzar el cuerpo”, cuenta.

Durante su estancia en Arequipa, Yván conoció a los miembros de este colectivo ciclista e hizo algunas rutas junto a ellos por los distritos rurales de la ciudad. Días antes de partir, les avisó por su grupo de WhatsApp que haría esta travesía. Ellos le desearon buena suerte y esperaron lo mejor.

Durante su recorrido, recibió mensajes de apoyo de sus amigos ciclistas.
Durante su recorrido, recibió mensajes de apoyo de sus amigos ciclistas.

“Lo que hizo Yván es una cosa de valientes. No lo recomendaría para alguien que no tiene una buena condición física y experiencia. Una bicicleta llega a una velocidad máxima de entre 20 a 25 km/h. Para poder llegar a un pueblo y descansar antes de que cayera la noche, él debía pedalear más de nueve o diez horas al día. No todos pueden hacer ese esfuerzo”, indica Estrada.

Mientras Yván iba pasando por los pueblos, sus colegas ciclistas le mandaban mensajes de apoyo y consejos para evitar accidentes. “Con cuidado, siempre bien a la derecha, 100% concentrado”, “somos energía pura, y lo estás demostrando", ”líquido y provisiones, no lo olvides", eran algunas de las frases que llegaban al chat. Al inicio de cada jornada, Yván les pedía que prendieran una vela por él y rezaran. Cuando terminaba el día les escribía: “Llegué a salvo, deséenme buenas noches”.

Buenos samaritanos

El tercer día Yván avanzó hasta Pampa Redonda, entre Ocoña y Atico, en la provincia de Caravelí. Debido al calor del desierto buscaba meterse al mar para refrescarse. Sin embargo, un vecino de ese pueblo costero, llamado Víctor, le advirtió que la corriente podía jalarlo y, en cambio, le obsequió una botella de tres litros de agua. Al verlo hambriento, llamó a su hija para que le invitara un plato de arroz con huevo.

“Eran personas humildes, que de seguro no habían recibido ningún bono del estado, pero me obsequiaban comida que no les sobraba”, dice el ciclista, vía telefónica.

En la ruta encontró a familias varadas que caminaban hacia sus regiones de origen junto a sus hijos pequeños. (Foto: Archivo personal).
En la ruta encontró a familias varadas que caminaban hacia sus regiones de origen junto a sus hijos pequeños. (Foto: Archivo personal).

Al día siguiente, llegó a Atico, en donde un grupo de venezolanos le ofreció un vaso con avena y leche, regalo que agradeció pero terminó rechazando porque no quería hincharse mientras pedaleaba. Aún debía pedalear por varias horas antes de que se ocultara el sol. En esa jornada, encontró a una familia que iba a pie hacia Lima. Se acompañaron hasta el km 561 de la cuando empezaron a pasar vehículos que los acercaron hasta el ingreso de Nasca (Ica).

“Muchas veces, los carros pasaban de largo, pero también otros se arriesgaban a llevarnos, a pesar de que podían multarlos o quitarles su vehículo en un control policial solo por ser solidarios”, cuenta Yván.

Ya era la noche del quinto día cuando llegó al distrito de El Ingenio. Ahí unos vecinos, al verlo descansar al lado del camino, le regalaron naranjas, mandarinas, un jugo en caja y una pera de agua. “Aunque era un desconocido y podía estar contagiado, no dudaron en acercarse y ayudarme”, recuerda.

En algunos tramos se acercó a las playas como en este sector de Camaná. En Pampa Redonda una familia le dio alimento (Foto: Archivo personal).
En algunos tramos se acercó a las playas como en este sector de Camaná. En Pampa Redonda una familia le dio alimento (Foto: Archivo personal).

Pasó la noche en un grifo pero los zancudos no le dejaron dormir. A las 3 a.m. del sexto día empezó a pedalear, ahora en la oscuridad, ya que se le habían acabado las pilas de sus faros. En un tramo, apareció un camión que encendió sus luces largas y así tuvo mayor visibilidad del camino.

Con esa guía pudo llegar a Palpa. Ahí, cuando ya había amanecido un camionero le ofreció su ayuda: lo camufló dentro de su remolque junto a su mercadería. El conductor lo trasladó hasta Pucusana en donde Yván recién pudo saborear las frutas que le habían obsequiado el día anterior.

Tramo final

Era el mediodía del sábado 25 de abril y estaba extenuado. Aunque todavía faltaban varios kilómetros por avanzar, la ruta que tenía por delante ya era conocida. Pese a que el viento lo hacía tambalear de la bicicleta debido a lo exhausto que estaba, siguió pedaleando por la Panamericana Sur hasta llegar a Chorrillos. Luego, continuó hacia la Av. Reducto en Miraflores, en donde, por fin, tomó un taxi a las 5:40 p.m., unos minutos antes de que empezara el .

Antes de subir, desarmó su bicicleta y empezó su traslado en auto hacia . Lo dejaron en Mega Plaza, a unas cuadras de su casa. Cuando estaba por cruzar la avenida, una patrulla de la policía le intervino, pero lo dejaron ir con la promesa de que se apurara en volver a su domicilio.

Las personas que lo encontraban en la ruta le daban alimentos para que siguiera pedaleando. Esta pera se la regalaron en Ingenio.
Las personas que lo encontraban en la ruta le daban alimentos para que siguiera pedaleando. Esta pera se la regalaron en Ingenio.

A las 6:40 p.m. tocó el timbre de la casa y su madre le abrió la puerta. No hubo abrazos: por temor a contagiarla solo la saludó de lejos. Lo primero que hizo al ingresar fue lavar con detergente su bicicleta y ropa. Luego, empezó a devorar las frutas que había en su cocina.

“La gente me felicita y creen que cualquiera que está varado podría hacer lo mismo que yo. Pero, no es lo recomendable, he tenido suerte, mucha suerte, en algún tramo me he podido accidentar o terminaba arrestado en los controles”, cuenta ahora.

También Yván cree que esta hazaña fue posible porque en el camino tuvo la fortuna de encontrar a personas desprendidas que le echaron una mano en un momento de emergencia.

“Hay gente de buenas intenciones que, pese a que el dinero no les alcanza, te dan de comer. A mí me han ayudado los que menos tenían”, relata. Gracias a ellos, y al apoyo de sus amigos ciclistas, él está de vuelta en casa y puede contar esta historia.

Esta imagen fue tomada en Lurín, en el último día de su travesía. Tenía las botellas con agua que le regalaron personas solidarias. (Foto: Archivo personal).
Esta imagen fue tomada en Lurín, en el último día de su travesía. Tenía las botellas con agua que le regalaron personas solidarias. (Foto: Archivo personal).

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