Emergencia en el lote 8: la otra historia del río Corrientes
Emergencia en el lote 8: la otra historia del río Corrientes
Redacción EC

En el bajo , a tres días en barcaza desde Iquitos (), hay dos tipos de achuares en las comunidades loretanas alrededor del lote 8 de : los que pueden probar que tienen sangre con metales pesados y los que viven con la incertidumbre de tenerlos. En el 2005, el Ministerio de Salud examinó a 90 personas al azar en cuatro comunidades cercanas al lote petrolero - de las 37 que hay- y esos 90 fueron los únicos que podían demostrar el plomo y el cadmio dentro de ellos.

Los demás, que han comido los mismos animales y tomado la misma agua, no fueron analizados.

Hay algo que los une, sin embargo. Nadie ha recibido tratamiento por este problema y nadie volvió a ser examinado.

Aída Pinedo es una de la lista, como se hacen llamar esos 90. En la comunidad de Trompeteros, ubicada frente a los pozos de Pluspetrol, ella se pregunta si en algo habrá influido el que durante décadas haya tenido que separar el petróleo del agua del río con las manos para poder lavar, bañarse y tomarla. 

Tanto PetroPerú desde 1970 como Pluspetrol desde 1996 vertían sus aguas residuales de petróleo al río Corrientes, la única fuente de agua de las comunidades que siguen en espera del agua potable.  La situación cambió en el 2006, luego de varios días de protestas indígenas y de que se paralizara la producción de crudo. Pero esa agua, según los estudios hechos en el 2013 por la Dirección General de Salud Ambiental (Digesa) y la Autoridad Nacional del Agua (ANA), está contaminada con metales pesados como el plomo e incluso con hidrocarburos en algunos puntos, según precisó el Organismo Supervisor de la Inversión en Energía y Minería.

Daniel Guerra, representante de Pluspetrol en el Perú, recuerda que no existen estudios que determinen que esta contaminación de la sangre sea consecuencia de la actividad petrolera. “Pero hemos dado S/.40 millones para que se hagan análisis y se mejore el estado de salud en las comunidades del Corrientes”, dice.

Aída toma un vaso de refresco y mira los pescados que se cocinarán en la reunión comunal que tienen en Trompeteros para discutir sobre este problema. “Allá al frente (en el lote 8) no pueden tomar esta agua, el pescado lo traen desde Lima, incluso”, comenta. “Vivimos a tres días  de Iquitos. A veces traen pescado, está S/.10 el kilo. Las otras veces tenemos que sacar el pescado del río contaminado, no hay mucho de dónde escoger. Así seguiremos muriendo, seguro”. 

Eso le recuerda que hay un tercer tipo de achuares: los que murieron antes de tener una respuesta sobre sus enfermedades. De quien sea.

RÍO ARRIBA, RÍO ABAJO

En el bajo Corrientes también los une una sensación de desamparo. En los últimos meses, el interés del Estado y de Pluspetrol ha estado alojado río arriba, en la zona del Corrientes que corresponde al lote 1AB y cuya concesión terminará en agosto de este año. Por eso fue que casi nadie sabía sobre la protesta de la comunidad de Santa Elena, que vive al costado del lote 8. En esos mismos días los reclamos de Nuevo Jerusalén, Pampa Hermosa y Andoas, todas del lote 1AB, concentraron los esfuerzos de la empresa.

“Cuando declararon en emergencia ambiental y sanitaria, la cuenca del Corrientes cerca al lote 1AB el año pasado, esperábamos ser los siguientes”, dice Sindulfo Sandi, apu de Santa Elena. Se ha detenido en el puente Trompeterillos, un espacio que usa Pluspetrol para su maquinaria pesada y que pertenece a la comunidad. Estira la mano y señala el agua de la quebrada que pasa debajo del puente y que termina en el río Corrientes. Es viscosa, iridiscente.

“Con mi viejito bajábamos a esta quebrada. Lo grasoso del agua no es nada. Antes el petróleo se concentraba en la orilla y había que separar el agua del crudo”. Repite el mismo movimiento de manos de Aída. Es un recuerdo transversal achuar.

Se ha detenido, pero sigue el recorrido para vigilar los espacios tomados en el contexto de la protesta. Reclaman que Pluspetrol no ha cumplido sus convenios, que el año pasado se comprometieron a electrificar el pueblo y que ya estamos marzo del 2015 y no hay avance. Que han tumbado kilómetros de bosque para poner tuberías prometiéndoles un pago por cada árbol.  “No hay compensación por el uso”, dice Sandi. 

El apu se vuelve a detener en una zona árida, con un gran pozo abierto y, dentro de ella, una masa oscura. “Yo he trabajado para la empresa hasta hace poco. Teníamos que hacer estos huecos de 5 metros, poner la geomembrana  -un plástico usado para evitar filtraciones- y echar el lodo de las perforaciones. El olor es asfixiante. Cuando se llenaba el pozo, se cubría con la geomembrana y se tapaba con tierra. ¿A dónde irá ese lodo? No lo sabemos”, dice. 

Pluspetrol es tajante para descartar alguna mala práctica en su lote y en los alrededores. “Ningún hidrocarburo sale de nuestro sistema de operaciones”, afirma Guerra y asegura que esa sustancia de olor tóxico al que se refiere el apu es en realidad un material arcilloso y que está regulado su almacén en la tierra. “Está en una zona industrial”, afirmaba la empresa en un comunicado posterior.

Una zona industrial rodeado de bosque primario.

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