Al borde, por Jaime de Althaus
Al borde, por Jaime de Althaus
Jaime de Althaus

La democracia sirve para limitar y controlar el poder de los gobernantes, pero en ocasiones puede llegar a ser predatoria de ese poder. De otra manera no se explica cómo en Venezuela, país asolado por la recesión, la inflación, la escasez, las colas y la inseguridad mortal, se perciba casi como una catástrofe política que la aprobación a Nicolás Maduro haya caído a 25,8%, mientras que en el Perú, que sigue creciendo y donde no hay inflación ni escasez, la aprobación del presidente Humala haya bajado al ¡14%!

La razón es obvia: acá hay democracia y libertad de prensa. Allá no. Acá se investigan los ingresos y gastos de la primera dama y se publican reportajes o titulares que, por ejemplo, han convencido al 79% de que hubo lavado de activos en los ingresos de , algo que no sería cierto. Al lado de la megacorrupción de los jerarcas venezolanos, lo de Nadine es casi imperceptible. Es que en Venezuela es imposible investigar la corrupción gubernamental y menos aun publicarla.

Por supuesto, es mil veces preferible una libertad de prensa que pueda contener exageraciones o sesgos que la mordaza. Heredia puede tener cierta razón en sus quejas, pero debe saber que el único antídoto eficaz contra la sospecha insidiosa es dar la cara a la propia prensa y explicar públicamente sus ingresos y gastos. Debería ser costumbre en las autoridades de todo nivel la transparencia absoluta en sus cuentas personales y de gobierno.

Lo que está haciendo la prensa es forzar esa obligación de transparencia, pero mientras tanto la multiplicación de denuncias y acusaciones socava la credibilidad de las instituciones y los partidos. La democracia se engulle a sí misma si no logra convertir las denuncias en soluciones institucionales para combatir la corrupción y el delito.

En efecto, el porcentaje de autoritarios en el Perú ha subido 8 puntos (a 40%) en el último año según Datum y la desaprobación de los poderes del Estado es abrumadora. Felizmente no parece haber actores interesados en ninguna forma de golpe, aunque sí están dadas las condiciones para una candidatura demagógica y disconforme con todo, que pueda acabar incluso con lo bueno que hemos hecho en estas últimas dos décadas. Allí vemos a la izquierda, todavía rezagada ideológicamente, tratando de unirse.

El gobierno y la democracia están, pues, en un momento de extrema debilidad. Ante ello, esperemos que el Congreso haya aprobado anoche las facultades legislativas solicitadas, para fortalecer precisamente al gobierno en su capacidad de reanimar la economía y luchar contra el crimen.

Pero también para afirmar a Cateriano que es un factor de estabilidad política y consistencia gubernamental. Pero el Congreso debe ir más allá: ya es hora de que apruebe la eliminación del voto preferencial, el financiamiento de los partidos, las vallas para las alianzas y otras reformas indispensables para reconstruir un sistema de partidos. Esto ya no da más. La democracia tiene que funcionar. Tiene que ser capaz de generar fuerzas ordenadoras, integradoras y constructivas y no solo disruptivas. De lo contrario, degenerará, como previó Aristóteles, en demagogia (ley de gratificaciones inafectas) o recaerá nuevamente en el autoritarismo.

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