Carlos Tapia, exintegrante de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. (Perú21)
Carlos Tapia, exintegrante de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. (Perú21)
Jonathan Castro

El muro de Facebook de (79) se ha convertido en un repositorio de memorias que en tiempos de COVID-19 son imposibles de compartir oralmente en un velorio. Algunos lo recuerdan por su paso por la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), otros de sus viejas épocas en una izquierda efervescente, de sus tiempos como docente universitario o como polemista en medios de comunicación, aunque otros tienen memorias más descafeinadas. Casi nadie olvida el humor con el que dejaba tartamudeando hasta a los más preparados.

“Carlos tenía una combinación de absoluta racionalidad, capacidad para análisis político, y al mismo tiempo estaba absolutamente loco. Era encantador, una gran persona con un gran compromiso”, recuerda la excongresista Marisa Glave, pocas horas después de enterarse de la muerte de Tapia, en conversación con este Diario.

La locuacidad de Carlos Tapia estuvo presente en los medios de comunicación en las últimas décadas, pero se forjó en tiempos difíciles, los más convulsionados que el Perú atravesó en el siglo XX. La Universidad San Cristóbal de Huamanga, de Ayacucho, emitió un comunicado rindiendo un homenaje a su egresado de la carrera de ingeniería rural (1968) y excatedrático de estadística.

El aporte de Tapia al conocimiento sobre Sendero Luminoso no vino desde la teoría, sino de la experiencia directa, recuerda Rolando Ames, su excompañero en la CVR. Cuando Tapia ingresa a enseñar a esta universidad (1969), Abimael Guzmán ya llevaba siete años como catedrático de la universidad que luego convertiría en el epicentro del movimiento terrorista.

En aquellos años, San Cristóbal de Huamanga se había convertido en un centro de conocimiento importante. Luego de su reapertura, en 1959, fue el primer centro en el que se instauró el sistema de créditos y cursos semestrales, en privilegiar las pruebas de aptitud académica en lugar de las de conocimiento, y allí confluyen docentes jóvenes de todo el país: unos “cosmopolitas” y otros “provincianos”. Mientras para los primeros, su estadía allí era temporal; para los segundos, entre los que estaba Guzmán, era un proyecto de vida. Así lo describe Carlos Iván Degregori en el libro “El surgimiento de Sendero Luminoso”.

Tapia fue pionero en su oposición a ellos, a diferencia de otras izquierdas que tardaron mucho más. Durante su estancia como docente en Huamanga, Tapia observa de cerca cómo Sendero va creciendo en la universidad. Él se opone a este grupo y discute con Guzmán, a inicios de los años setenta, según narra Ames. Allí, obtiene conocimiento directo del funcionamiento de la organización, de la vida de Guzmán y sus viajes a China.

Creo que lo de ‘senderólogo’ es una invención periodística limeña, que tiene que ver con que Sendero crecía y se volvía tema de interés. Pero él no los conocía por estudios, sino como rival político. Carlos fue un enemigo político de Sendero, y fue atacado”, recuerda también Ames.

Santiago Pedraglio, sociólogo y periodista, recuerda haber llegado como docente a San Cristóbal de Huamanga en 1976. Sendero Luminoso ya existía, pero aún no había empezado a perpetrar los atentados terroristas con los que azotaron al país desde Chuschi, en 1980.

Carlos y yo éramos de dos organizaciones de izquierda diferentes, pero éramos muy aliados […] Hicimos un frente, con otra gente, para enfrentar a Sendero pero perdimos la federación de estudiantes por muy pocos votos, por unos veinte. Esto era antes del 80, y ya era clara la diferencia”, señala Pedraglio.

No son pocos los recuerdos sobre los enfrentamientos entre Tapia y Sendero Luminoso en aquellos años. En el libro “Aprendido a vivir se va la vida” (2015), Carlos Iván Degregori recuerda las clases en las que Tapia peleaba con los senderistas: “Las clases de Carlos Tapia eran bien articuladas, y de paso torturaba a los senderistas con El capital [de Karl Marx]. Él se había leído El Capital. Ellos lo acusaban, en clases, de revisionista, de traidor, de libresco; le lanzaban pintura amarilla, no lo dejaban hacer clases, porque Tapia les decía ‘a ver, explíquenme qué es la mercancía’ y no podían”.

Más de treinta años después de aquellos enfrentamientos en aulas universitarias, las disputas se trasladaron a los sets de televisión. Tapia defendió la tesis de que los partidos tenían que combatir ideológicamente a los herederos de Sendero Luminoso, el Movadef. En el programa de Jaime de Althaus, Tapia se enfrentó con Alfredo Crespo, abogado de Guzmán; también lo hizo en Exitosa. “Nos llama la atención que los miembros del Movadef piden no solo la amnistía para Abimael Guzmán y la cúpula de Sendero Luminoso, sino también para el Grupo Colina, a los que mataron a los estudiantes de La Cantuta; también de Alberto Fujimori. Dan el contexto que sobre la base de la impunidad se puede hacer reconciliación nacional. En otras palabras, que el abrazo de Abimael Guzmán con Vladimiro Montesinos resuelve el problema de la reconciliación nacional”, dijo en el primero de estos programas.

La CVR fue algo muy importante para él, según Ames, porque pudo volcar allí todo lo que conocía sobre ellos. “Una vez que Sendero inició la lucha armada, Carlos empieza a seguir el proceso con mucho detalle. Yo lo he considerado como la persona que mejor podía ir anticipando la lógica de la acción político-militar-terrorista de Sendero. Conocía todas las publicaciones y volantes de memoria”, añade.

La vida política de Tapia fue también agitada. Con el MIR se incorpora a la Unidad Democrática Popular, con la que postula sin éxito a la Asamblea Constituyente de 1978 y a la cámara de diputados de 1980. Forma parte del proceso de construcción de la Izquierda Unida, liderada por Alfonso Barrantes, y en 1985 obtiene un escaño como diputado, el único cargo de elección popular que obtendría en medio siglo de vida política.

Tras la ruptura de la Izquierda Unida, Tapia permanecería en Izquierda Socialista. En 1995, postuló al Congreso por Unión por el Perú, que en ese momento postulaba a Javier Pérez de Cuéllar a la presidencia y a Henry Pease al Congreso, como oposición a Alberto Fujimori. Pero no fue elegido.

En las elecciones del 2006, Tapia recuperó protagonismo como uno de los principales socios del entonces novato Ollanta Humala. En esos años, tres agrupaciones de izquierda competían con él y no se plegaron a él en la primera vuelta: El Partido Socialista, de Javier Diez Canseco; el Partido por la Democracia Social, de Susana Villarán; y el Movimiento Nueva Izquierda-Patria Roja, de Alberto Moreno.

Carlos tenía claro que en esa época el sentir popular estaba mucho más cercano a una propuesta como el nacionalismo. Él creía que un momento en el que hablar de la recuperación de la patria y la soberanía sobre los recursos naturales genera una narrativa épica. Él tenía en la cabeza la idea de meterle un corazón de izquierda a ese nacionalismo; era para él un escenario en disputa”, recuerda la excongresista Marisa Glave, quien estuvo junto a Tapia colaborando con el nacionalismo en esos años.

La campaña del 2011 fue voraz. Primero, fue vocero del nacionalismo, pero se alejó de ellos poco después de que Humala empiece a gobernar, luego de criticar la influencia negativa de Luis Favre. Eso sucedió incluso antes de la salida de Salomón Lerner de la Presidencia del Consejo de Ministros. Con su bloque de izquierda, entonces llamado Ciudadanos por el Cambio, se alejó e intentó encaminarse hacia una alianza de izquierdas.

En ese proceso, su agrupación se convirtió en Fuerza Ciudadana (FC), y firmó una alianza con el Partido Morado para este proceso electoral. La última vez que hablé con él, estaba entusiasmado por la unión de ambos. “No es muy difícil el acuerdo, hay que ser realista. No vamos a empezar a discutir aspectos ideológicos, simplemente aspectos de políticas programáticas que tienen sentido en una campaña electoral. Mucho más importantes son los tonos del candidato que lo que dice”, dijo en aquella oportunidad.

También estaba emocionado por la posibilidad de inscribir su propia organización, ante el JNE, de cara a las elecciones del 2022. “A su edad era inspirador que alguien inicie un proyecto político. Era contagiante su entusiasmo, su perseverancia en sus ideales: construir un partido para cambiar las cosas”, recuerda Susel Paredes, su excompañera de este FC.

Tapia buscó caminos heterodoxos para llevar sus ideas de izquierda a la práctica. Fracasó varias veces, pero puso en agenda temas que en otras bocas hubieran pasado desapercibidas. Su muerte la lamentan a lo largo de todo el polarizado espectro político.

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